18 feb 2019

Elogio del aburrimiento bien entendido y laboriosamente trabajado

Amigos y conocidos me dicen que soy una persona muy activa, que no paro, que realizo una cantidad de actividad superior a la de ellos. En cambio a mi me gusta hablarles del aburrimiento. Tengo la delicadeza de no personalizar, pero la cuestión me parece de una importancia, de un peso específico inescamoteable. No tiene que ver con la cantidad de actividad, sino con la percepción de provecho que se saca de ella, el nivel de satisfacción que proporciona. Para algunos estar todo el día mirando al techo del comedor o cualquier otra inmovilidad similar puede constituir una actividad más intensa y gratificante que andar arriba y abajo sin freno, sin rumbo y sin placer. El aburrimiento o la plenitud no dependen de la cantidad de movimiento, sino del estado
mental del interesado.
En este sentido, el aburrimiento puede hasta ser un sentimiento de plenitud para algunos, en algunos momentos, aunque no sea lo más frecuente. En la sociedad actual la hiperactividad está mejor considerada como sistema útil para tapar agujeros. La ficción del consumismo no educa para aburrirse. Al contrario, lo desprestigia.
En realidad aburrirse deriva más de la respuesta interior que cada uno da a los hechos que de los propios hechos. Aburrirse es un verbo reflexivo, una acción que se inflige uno mismo, sujeto y objeto a la vez. Los días mortecinos, invertebrados, sin un aglutinante preciso pueden durar, pero eso no debe modificar el plan de trabajo.
El magnífico “Elogio del aburrimiento” pronunciado por el poeta y premio Nobel Joseph Brodsky como conferencia de graduación ante los estudiantes del Darmouth College en 1989, arranca con la frase lapidaria y clarividente: “Una parte sustancial de lo que os espera a partir de ahora estará dominada por el aburrimiento”.
Como encabezamiento del discurso, publicado posteriormente en el libro Del dolor y la razón, puso la cuarteta de su admirado W.H. Auden:

Pero si no consigues conservar tu reino
y, al igual que tu padre antes que tu, llegas
allí donde el pensamiento acusa y el sentimiento se burla,
cree en tu dolor.

Creer en el propio dolor, positivarlo y entenderlo, ayuda enormemente a no confundir el aburrimiento con el infortunio. Saberse aburrir solo puede ser el privilegio resultante de la actividad, no de la inactividad.

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