La ciudad de Milán es una de las que suma más conexiones aéreas y más baratas. Cada vez que voy entro en la Pinacoteca de Brera con un solo objetivo. Los visitantes de museos suelen recorrerlos de forma maratoniana, yo prefiero ver una obra determinada. Me encamino directo a lo que me interesa, me concentro en una limitación asumida y me parece más gratificante que el generalismo. La bulimia y la novedad ya las pasé en su momento. En la milanesa Pinacoteca de Brera (segundo museo italiano por la riqueza de sus colecciones después de los Ufizzi de Florencia) mi elección es la Sala 24. Tan solo contiene tres cuadros, tres grandes obras maestras. La propia sala --las paredes—es la cuarta. La remodelación de este
espacio fue encargada en 1983 al arquitecto Vittorio Gregotti con la excusa del quimno centenario del nacimiento de Rafael, del quien expone el famoso cuadro Los Esponsales de la Virgen.
La desnudez de formas puras de las paredes realza los tres cuadros que acoge, uno solo en cada pared. La cuarta es el público, como en los teatros. Han colocado seis sillas, seis sitiales que me llevan a regresar. Sentado, contemplo a la derecha la estimadísima Pala de Brera, retablo de Piero della Francesa. En frente veo Los Esponsales de la Virgen. A la izquierda, el flagelado y casi amable Cristo alla colonna, de Bramante.
Las demás salas del museo se mantienen dentro de la rutina, por más que expongan joyas de valor incalculable. También se mantienen en la rutina los vigilantes. Es probable que el trabajo de vigilante de museo sea mal pagado, tedioso y sin perspectivas de ascenso profesional, asqueados de ver siempre la misma belleza sin que les apetezca, incomodados por el desfile de visitantes empujaos por una seducción que ellos no sienten, aturdidos ante la vida que miran pasar con ojos legañosos y el peligro de contagiar su desgana.
Por eso procuro acudir a la Sala 24 de la Pinacoteca de Brera a la hora exacta de la apertura, a las ocho y media. Muchos días aun no llegado el vigilante asignado y no ha podido transmitir a la sala su presencia inapetente. Suele comparecer a partir de las nueve, lo que me deja media hora de margen para sentirme en intimidad con Piero, Rafael y Bramante.
La sala solo presenta un inconveniente: el rumor sordo que emiten los aparatos de refrigeración ocultos en el falso techo. Se trata de un enojo venial, si se pone la condescendencia indispensable, aquella predisposición a dejarse seducir que los visitantes de los museos deben llevar siempre puesta al entrar.
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