A veces el paisaje y las figuras que se le asocian no son tan solo la proyección afectiva de un telón de fondo, un decorado realista o bien alegórico, un sumario de luces y colores con una determinada poética adherida, ni siquiera una geografía de referencias heredadas sobre un lugar dado. Algunos paisajes forman parte de la interioridad de cada uno, de modo que se resisten a la redundancia a pesar del tiempo transcurrido para convertirse en un sentimiento, un mito cambiante, una revelación de formas labradas por la naturaleza y las personas, una memoria asimilada, una interpretación material de las cosas. Constituyen una resonancia más que un entorno, un medio, un territorio o un espacio. Comencé a amar a Tamariu cuando la vida no se
compartía a través de pantallitas. Ayer dimos un paseo y comimos al sol cariñoso de las mesas dispuestas en el rincón de levante de la playa. Desde allí me fijé en la irisación del la luz radiante de tramontana sobre el mar, el espejeo juguetón del sol sobre el temblor del agua, y me dejé fascinar por lo que veía.
compartía a través de pantallitas. Ayer dimos un paseo y comimos al sol cariñoso de las mesas dispuestas en el rincón de levante de la playa. Desde allí me fijé en la irisación del la luz radiante de tramontana sobre el mar, el espejeo juguetón del sol sobre el temblor del agua, y me dejé fascinar por lo que veía.
Por la tarde me ocurrió de nuevo, tumbado en la arena. Los niños jugaban libres en la playa, la gente del Club Náutico montaba al aire libre una “garoinada” (ágape de erizos). Mientras observaba con un ensimismamiento humilde el festón de espuma que formaba el rompiente de las olas amansadas, me vino a la mente el siguiente fragmento de Marcel Proust, al final de “Combray”, dentro de En busca del tiempo perdido: “De aquel modo me quedé con frecuencia hasta la madrugada pensando en los tiempos de Combray, mis tristes noches insomnes y la imagen de muchos días que poco antes me había vuelto por el sabor –-en Combray lo habrían llamado el “perfume”— de una taza de te y la asociación de los recuerdos con aquello que, muchos años después de abandonar la ciudad, ahora sabía sobre un amor que Swan tuvo antes de mi nacimiento, con una precisión de detalles que resulta más fácil conseguir a veces sobre la vida de personas fallecidas tiempo atrás que sobre nuestros mejores amigos y que parece imposible, como lo parecía hablar de una ciudad a otra, mientras ignoramos por qué mecanismos se ha evaporado tal imposibilidad”.
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