6 nov 2020

Los grandes abetos mueren en silencio, demasiado silencio

No hablo de los abetos de vivero, inmolados cada Navidad. Hablo de los bosques de grandes abetos que servían para construir el palo mayor de les naves de vela y las vigas de las casas más sólidas. Esos crecen en auténticas islas biológicas de refugio, en la umbría húmeda de bosques mediterráneos y balcánicos. En Catalunya gozamos del bosque de abetos más al sur de Europa, en el Montseny. Los científicos alertan que estas nobles coníferas están reduciendo el crecimiento en todas partes por culpa de variaciones climáticas, subida de temperaturas y sequías. Los abetos de aquí siempre alimentaron leyendas y rondallas. Forman bosques que murmuran historias. También son terreno abonado de hongos, líquenes, musgos, helechos, enebros, bojes, tritones, lagartos, víboras, petirrojos, pinzones, mirlos y alguna becada, búhos, lechuzas, conejos, zorros, tejones, comadrejas, jinetas, algún corzo y, últimamente, muchos buscadores de setas.
Ya no sirven para producir carbón, leña o madera noble de ebanistería, oficios y rendimientos desaparecidos que daban al bosque una vitalidad y un tránsito no solo vegetal. Los abetos se irán muriendo en silencio. Algunos hostales del Montseny, como el Avet Plau en Santa Fe o Els Avets en Espinelves, tal vez conserven un nombre convertido en reliquia histórica vaga. Nadie sabrá recitar el soneto de Guerau de Liost, que empieza: 

El faig és gòtic com l’avet.
Mes l’avet puja fosc, aspriu,
sòbries les fulles, el tronc dret,
car és d’un gòtic primitiu.


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