El obelisco inventado por las antiguas culturas faraónicas es un recurso monumental de gran elegancia, adoptado modernamente en numerosas capitales, ya sea con piezas originales rapiñadas durante la colonización en Egipto o bien imitaciones de nueva construcción. En cambio Barcelona ha tenido una suerte tristísima en esta materia, dado que el “lápiz” de granito gris de veinte metros de altura que se alza en la confluencia del Passeig de Gràcia con la Diagonal no alcanza ni de lejos la categoría de les moejores obeliscos. Por eso la proposición del artista Santi Moix y la simulación fotográfica de su colaborador Ricardo Prado de sustituir el “lápiz” por la escultura abstracta de Joan Miró “Dona i ocell”, levantada desde 1983 en la plaza del antiguo Escorxador, resulta estimulante. Alegraría de una vez la también tristísima historia del monumento originario, erigido en 1932 en homenaje al presidente de la Primera República, Francesc Pi i
Margall, con una bella figura femenina complementaria del escultor Josep Viladomat alusiva a la República. El franquismo suprimió el nombre de Pi Margall, el medallón con su efigie y la escultura de Viladomat, reemplazada por un sucedáneo del escultor Frederic Marés dedicado a la Victoria, que fue retirado en 2011.
El Ayuntamiento democrático no se atrevió a restituir la escultura de Viladomat y actualmente luce en la Plaça de la República (antes plaza de Llucmajor), en el cruce del Passeig de Valldaura con la Vía Julia y el Passeig de Verdum.
Margall, con una bella figura femenina complementaria del escultor Josep Viladomat alusiva a la República. El franquismo suprimió el nombre de Pi Margall, el medallón con su efigie y la escultura de Viladomat, reemplazada por un sucedáneo del escultor Frederic Marés dedicado a la Victoria, que fue retirado en 2011.
El Ayuntamiento democrático no se atrevió a restituir la escultura de Viladomat y actualmente luce en la Plaça de la República (antes plaza de Llucmajor), en el cruce del Passeig de Valldaura con la Vía Julia y el Passeig de Verdum.
Desde 2016 el cruce del centro de la ciudad lleva oficialmente el nombre de Plaça del Cinc d’Oros, por las antiguas cinco farolas monumentales diseñadas por Pere Falqués, actualmente trasladadas a la avenida Gaudí. El “lápiz” sigue ahí desafinando, impertérrito. Aunque al final un se acostumbra a todo, preferiría acostumbrarme a ver en este punto la “Dona i ocell” de Joan Miró. Al menos tiene más color.
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