11 nov 2020

En el aspecto lingüístico, todos somos hijos de madre desconocida

Los lingüistas no albergan la menor duda sobre el origen común de la mayoría de idiomas europeos y asiáticos, designados como lenguas indoeuropeas. acto seguido reconocen ignorar por completo de dónde procede esa raíz indoeuropea común, quién eren los indoeuropeos, cómo lograron que su civilización expandiera la lengua madre. Indican por aproximación que el foco debía encontrarse en la región del Mar Caspio y el Mar Negro durante el cuarto milenio antes de nuestra era, antes de diversificarse en múltiples direcciones. Pero sobre los indoeuropeos a quienes debemos el idioma no sabemos nada. Mejor dicho, sabemos que no lo sabemos, que es una forma inicial de saber. Los lingüistas han convenido que la raíz indoeuropea se ramificó en el grupo de lenguas neolatinas o románicas (castellano, catalán, occitano, francés, portugués, italiano, rumano), las germánicas (inglés, alemán, holandés, noruego, danés, islandés), el grupo celta (galés, bretón, irlandés), el grupo indoiraní (sánscrito, persa, urdú) y el grupo balticoeslavo (esloveno, serbio, bosnio, búlgaro, ruso, polaco, bielorruso, ucranio). Con es sabido, el euskera no es solo de madre desconocida, también de padre. Sin embargo sobre la cepa inicial de este frondoso ramaje, la ignorancia sigue siendo absoluta.
No debe confundirse la lengua con la posterior escritura, materializada a través de la implantación de un alfabeto. En el cuarto milenio aC los sumerios de Mesopotamia ya escribían sobre tablillas de fango con cañas cortadas a bisel, y en el segundo milenio aC los egipcios con sus jeroglíficos.
La aparición del alfabeto semítico fenicio de tan solo treinta caracteres durante el primer milenio aC revolucionó la comprensión y la práctica de la escritura. Sirvió de pauta a los alfabetos posteriores: el arameo, el armenio, el cirílico, el griego, el latín, el hebreo y el árabe. Aquel alfabeto fenicio, adoptado y adaptado por tantos otros pueblos, aun rige.
En cambio lenguas más recientes como la ibera del siglo VI aC no han sido descifradas, pese a que disponemos de múltiples inscripciones, por ejemplo las expuestas en el museo del yacimiento ibero de Ullastret (Baix Empordà) sin saber qué significan.







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