Cuando Ildefonso Cerdá proyectó en 1860 el nuevo barrio del Ensanche barcelonés, preveía que los interiores de cada manzana de casas fuese un espacio ajardinado de acceso público. La mezquindad especuladora lo impidió de forma rotunda. Años atrás el Ayuntamiento democrático inició una política de recuperación de algunos de aquellos interiores de manzana, que hoy superan el medio centenar. Se acaban de abrir dos más: el del antiguo cine Novedades en la calle Caspe con Passeig de Gràcia (foto adjunta) y el del antiguo cine Niza en la plaza de la Sagrada Familia. Ambos son de una pobreza penosa, una auténtica humillación del noble concepto de espacio público frente a los edificios privados recién levantados a precio fuerte en el mismo punto.
La idea de Cerdá era genial y respetarla habría supuesto un gran paso adelante en una ciudad carente de espacios verdes. La política de recuperación de algunos interiores de manzana hacía justicia a la pifia histórica de su eliminación, si se hubiera llevado a cabo con algo más de ambición, más orgullo del lugar neurálgico que corresponde al espacio público dentro de la ciudad.
La mayoría de estos interiores de manzana son agradecidísimos por los vecinos que pueden llevar a sus hijos a solazarse un rato o por cualquier otro usuario que aprecia una gota de agua dulce en el océano. No obsta que también la mayoría sean de una aguda modestia. Persistir todavía hoy en esta línea, incluso agudizarla en dos nuevos interiores de manzana de tantas posibilidades, resulta un insulto a aquella nobleza de concepto del espacio público y un rictus de sonrisa cínica en la comisura de los labios de los especuladores circundantes.
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