5 ene 2021

“Ser fadista é triste sorte”, en la muerte de Carlos do Carmo

Soy un fiel amante del fado, de modo que un día de agosto de 2010 tomé el AVE de Madrid para asistir al concierto de Carlos do Carmo en los Jardines Sabatini, convencido de que sería una de las últimas oportunidades de escuchar en vivo el veterano fadista portugués, el gran patriarca del género tras la muerte de Amália Rodrigues en 1999. Me equivoqué un poco, no fue el último de sus conciertos. Carlos do Carmo acaba de morir este 1 de enero en Lisboa, a los 81 años. Era el hijo de la pionera Lucília do Carmo y heredero de su casa de fados O Faia en el Barrio Alto lisboeta, donde aprendió y debutó. Mi desplazamiento a aquel concierto madrileño (en Barcelona actuaba menos) era como un sacramento respetuoso, una comunión física con el principal representante vivo del fado.
Sin embargo el recital confirmó mi impresión sobre la escasa renovación del género. Junto a los grandes nombres tradicionales, se han multiplicado los jóvenes intérpretes, algunos de éxito internacional (Mariza, Dulce Pontes, Camané, etc), pero el fado se resiste a innovar los clichés. Subsiste como símbolo de un país, de un estilo singular, aunque la puesta al día no puede limitarse a exportar algunos cantantes, la sangre nueva no puede referirse tan solo a la edad de los intérpretes. “Ser fadista é triste sorte”, dice uno de los temas más conocidos.


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