23 feb 2017

Ayer volvimos a la tumba de Antonio Machado en Collioure

Ayer era 22 de febrero y se cumplían 76 años de la muerte de pena y desaliento de Antonio Machado en una pensión de Collioure, después de tan solo veintiséis días de llegar al exilio. Con los amigos figuerenses Eduard Puig Vayreda (en la foto), Enric Oliva Papiol, Teresa Gelis y M. Àngels Perxas fuimos a recogernos ante su tumba y llevarle una ramita florida del almendro bastardo del Coll de Banyuls. Hoy se cubre cómodamente en coche un trayecto transfronterizo que los exiliados republicanos, en pleno invierno de 1939, tuvieron que recorrer a pie como un calvario. Le pedimos a Puig Vayreda que leyese un poema de Machado. En su voz sonó, dentro la serenidad del cementerio, como suena un sentimiento sincero
y experimentado, que es la máxima dignidad que debe esperarse de un sentimiento.
Hacía un mediodía de primavera, digno de comer un pescado al horno, hecho a la manera de la abuela Paulina Pous, en la terraza del bar-restaurante-hotel de los Templiers. Hasta hace poco, con solo llegar a Collioure, yo tenía por costumbre ir a saludar a dos viejos conocidos: Antonio Machado y Jojo Pous. Uno a la entrada del cementerio viejo, el otro en el bar más concurrido del pueblo, negocio familiar que él regentaba. 
Antonio Machado me recibía con el aleteo vivísimo de las flores y mensajes de afecto que los visitantes dejan sobre la losa. Jojo Pous lo hacía con un abrazo, una exhibición luminosa de sus dientes de conejo y una copita de “petit Banyuls”, el vino dulce ceremonial de esta tierra.
A Machado le comentaba cosas da actualidad, que suelen darle la razón retrospectiva en tantos aspectos. A Jojo también se las comentaba y, acodados en el mostrador de su bar, pronto nos poníamos de acuerdo. Desde el 27 de febrero de 2013 Jojo reposa justo al lado de Antonio Machado. 
La actual sepultura del poeta a la entrada del camposanto fue sufragada por una suscripción popular en Francia y se ha convertido en un símbolo del exilio republicano, motivo por el que han fracasado varios intentos de repatriar sus restos. Conté su camino del destierro y su posteridad en Collioure en mi libro Els últims dies de Machado, publicado en 2013. 
He acudido en numerosas ocasiones a su tumba en el cementerio viejo de Collioure. Nunca le he encontrado solo, sin visitantes cotidianos que van por el mismo motivo que nosotros. Regreso a ella cada vez porque me parece, precisamente, que no aplastaron del todo los ideales de su época y que se asemejan mucho a los de hoy:

Murió el poeta lejos del hogar,
le cubre el polvo de un país vecino.
Al alejarse le vieron llorar:
“Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar”.
Golpe a golpe, verso a verso...

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