8 may 2017

Antonio López, insigne marqués de Comillas, no fue el único negrero

El hombre de negocios Antonio López y López, primer marqués de Comillas, obtuvo una parte de su inmensa fortuna con el tráfico de esclavos entre África y la colonia española de Cuba. Merece que sea suprimido el monumento erigido en 1884 en su honor en la plaza barcelonesa situada al final de la Via Laietana, frente al edificio de Correos. El Ayuntamiento ha anunciado que lo hará antes de finales de año, dentro de las actuaciones urbanísticas que lleva a cabo a lo largo de esta arteria urbana. La estatua ya fue retirada durante la Guerra Civil, tras una campaña del semanario La Campana de Gràcia, aunque se vio repuesta por el
franquismo en 1944. Varias entidades han pedido de nuevo su retirada, del mismo modo que se cambió el nombre de la avenida Marqués de Comillas en Montjuïc, rebautizada de Francesc Ferrer i Guàrdia, un cambio ya aprobado durante la II República.
Todo eso no obsta que el tráfico de esclavos era para los armadores de les compañías navieras como Antonio López una actividad generalizada, igual que cualquier otro “producto” colonial, dentro del tráfico general de mercancías. Las autoridades coloniales españolas fomentaban la inmigración de esclavos negros en Cuba como mano de obra intensiva para la industria del azúcar. Los historiadores calculan que entre el siglo XVI y el XVIII arribaron a América 12 millones como mínimo de esclavos africanos en barcos negreros. 
Hasta el año 1820 pueden leerse en la prensa barcelonesa anuncios de venta de esclavos. Pero el marqués de Comillas, entre otros, siguió defendiendo y practicando el tráfico de esclavos después de su abolición legal el año 1837 en la España metropolitana (en Cuba debió esperar hasta 1880). Fue uno de los fundadores de la Liga Nacional Antiabolicionista, junto a Joan Güell, el Colegio de Abocados de Barcelona, el Instituto Catalán de San Isidro, el Fomento del Trabajo, la Caja de Ahorros de Barcelona y el Seminario Conciliar. Otros catalanes, en cambio, se alinearon con los insurrectos cubanos contra los abusos coloniales. 
Fue el fundador de la Compañía Transatlántica, la Compañía General de Tabacos de Filipinas, del Banco Hispano Colonial, mecenas de Jacint Verdaguer, senador y marqués. A su muerte, acaecida en 1883, ya se le conocía por Negro Domingo o López el Negro. Las fortunas amasadas por empresarios catalanes en Cuba gracias en parte al tráfico de esclavos han sido estudiadas en el libro Els catalans i Cuba, del historiador y actual vicepresidente del gobierno Oriol Junqueras, así como en los trabajos de Josep M. Fradera y Gustau Nerín. 
Personalizar en Antonio López y López una práctica generalizada entre los hombres de negocios de su época no debería diluir las proporciones ni el radio de responsabilidades. La revolución industrial europea se basó en la explotación de la mano de obra esclava, abiertamente en el ámbito colonial y de facto en el ámbito interior de los países occidentales. El reciente libro El imperio del algodón, del historiador de la universidad de Harvard Sven Beckert, finalista del premio Pulitzer, relata la cara oculta de la industria más importante del mundo en el crecimiento del capitalismo hasta 1900, asentada en la explotación inhumana de los esclavos en las plantaciones y los trabajadores en las fábricas. 
La estatua barcelonesa de Antonio López no puede ser un pretexto para ocultar el impacto de conjunto del fenómeno negrero en la prosperidad industrial catalana y general de la época. Las condiciones extremas de trabajo y la miseria de muchos trabajadores se acentuaron con la industrialización. 
El historiador Patrick Verley afirma en el libro La Révolution industrielle: “La insalubridad de las condiciones de vida urbana fue ampliamente responsable del crecimiento de las enfermedades, la mortalidad y la miseria fisiológica, cuya evidencia convierte en indecente la tesis de la mejora de los niveles de vida”. 
El tráfico de esclavos mantenido hasta las primeras décadas del siglo XIX y la figura de Antonio López representan un símbolo limitado, muy limitado, aunque un símbolo al fin y al cabo.

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