14 may 2018

Balance inhumano en la tierra demasiado santa, dos veces prometida

El día de la Nakba, de la catástrofe, recuerda cada 15 de mayo el inicio del éxodo de 750.000 palestinos expulsados militarmente de sus tierras en el marco de la guerra fundacional de los ocupantes israelíes, que en 1948 acababan de proclamar un nuevo Estado independiente y de convertirlos hasta hoy en refugiados, en vencidos. En el momento del 70 aniversario de los hechos, el balance del conflicto no puede ser más horroroso. Israel ha consolidado su existencia a fuerza de ocupar brutalmente cada vez más territorio y convertirse en un estado militar gobernado por la derecha en alianza con grupos religiosos fanáticos. Los
palestinos y el mundo árabe en general se han mostrado incapaces de hacer respetar las resoluciones de la ONU que preveían –y aun prevén— dos Estados independientes en aquel territorio y la capital en Jerusalén con un estatuto compartido.
No se ha establecido ningún tipo de convivencia en la tierra dos veces prometida. Muy al contrario, la ocupación forzosa ha aumentado: 700.000 israelíes viven hoy en los “territorios ocupados”, según la denominación que los organismos internacionales aplican a la parte que correspondería al Estado palestino, a pesar de las reiteradas resoluciones de la ONU contra los nuevos asentamientos. 
Jerusalén es la cuna de las tres grandes religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo, islam), que durante siglos se han combatido sanguinariamente. Sigue siendo una ciudad demasiado santa y demasiado hipócrita. ¿Tierra Santa? Más bien tierra de odios lacerada, altar de la anticonvivencia, vergüenza de las grandes religiones. 
La carga simbólica de Jerusalén para las tres religiones monoteístas debería constituir una plataforma de acercamiento entre ellas, si abandonasen el dogmatismo. Las religiones, como las patrias, tienen que ser compatibles dentro de un proyecto común de la mayoría, a pesar de que este principio básico se haya visto pisoteado tan sistemáticamente. 
La convivencia resulta impensable si antes no se admite el respeto del otro. Los Acuerdos de Oslo de 1994 entre Israel –gobernado entonces por el Partido Laborista de Isaac Rabin-- y la OLP de Yasir Arafat sobre la solución de los “dos Estados” y la paz a cambio de territorios autorizaron de nuevo la creación de un Estado palestino desmilitarizado y rodeado por el ejército israelí en los territorios ocupados desde 1967 a Cisjordania y Gaza. 
Aquellos acuerdos costarían la vida a Isaac Rabin en un atentado cometido por un extremista religioso judío. El actual gobierno conservador del partido Likud de Benjamin Netanyahu necesita el apoyo parlamentario de los grupos ultraortodoxos en religión y ultranacionalistas en política. El ejército de Israel (8,7 millones de habitantes) es el noveno del mundo en efectivos y equipamiento. Los palestinos siguen conmemorando el día de la Nakba.

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