12 nov 2018

El confort de un mundo de lluvia fina, bicicletas y estudiantes

La ciudad de Münster (310.000 habitantes) no es de las de mayor renombre de Alemania. Sin embargo ostenta dos liderazgos reconocidos: es la más lluviosa del país y la que la concentra proporcionalmente más universitarios, entre ellos ahora también mi hijo menor y su mujer. He viajado hasta ahí este fin de semana con el objetivo de abrazarles. Llovía, para confirmar el viejo refrán popular: “O llueve o tocan las campanas. Si ambas cosas coinciden, es domingo”. Llovía a la manera discreta de Münster, una lluvia leve, venial, amiga hasta donde puede serlo. La cifra de días de
lluvia concuerda con una cantidad de precipitación relativamente baja.
Llueve siempre y llueve poco, no al estilo tropical ni amazónico. Llueve de una forma educada, relajada, desarrollada, como llueve en los países ricos. La mayoría de peatones ni se molestan en abrir el paraguas o levantar la capucha del abrigo. Se dejan bendecir, impávidos, por la constancia de las cuatro gotas inocentes del hisopo. 
La proporción de universitarios se traduce en la abundancia de muchos miles de bicicletas. A la hora de aparcarlas en determinados puntos de confluencia del centro urbano representan un amontonamiento difícil de creer y que aquí parecen gestionar con la misma naturalidad que la lluvia, sin incordio. 
La ciudad de Münster forma parte de la Renania del Norte-Westfalia y es recordada históricamente por la Paz de Münster que aquí se firmó en 1648 para concluir unas guerras hoy difíciles de explicar, pero que en definitiva supusieron el retroceso de la ocupación del imperio español. 
El centro histórico medieval parece reconstruido hace cuatro días con presupuesto moderno y en realidad es exactamente así, después de los devastadores bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Se pasea por el centro igual que por un parque, uno de los numerosos parques de la ciudad alfombrados estos días por el dorado intenso de las hojas muertas de los abedules. 
La ciudad poco conocida de Münster ha sido calificada entre las mejores para vivir tal vez precisamente por eso, por el protagonismo de la lluvia razonable, los abedules centenarios y los estudiantes cargados de expectativas. Mi hijo y su mujer dicen que aquí se vive con una satisfacción plena y relajada. Tienen su despacho en uno de los institutos especializados de la universidad, su laboratorio y su casita en las afueras. He viajado hasta ahí con el objetivo de abrazarles y descubrir un mundo.

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