1 abr 2019

La esperanza indestructible de la Ciudad de Río de Janeiro y la mía

Por si no tuvo suficiente con organizar el Campeonato Mundial de Fútbol en 2014 y los Juegos Olímpicos en 2016, Rio de Janeiro acaba de ser nombrada Capital Mundial de la Arquitectura en 2020, una iniciativa de la Unesco y la Unión Internacional de Arquitectos. Las enormes inversiones de las dos citas mundiales anteriores no cambiaron nada de la profunda brecha social en la tercera ciudad más poblada de América Latina (después de México DF y Buenos Aires). Menos lo lograrán ahora bajo la presidencia del ultraderechista presidente Jair Bolsonaro. La manía nacional de tenerlo todo "o mais grande do mundo" no se aplica solo a la
gloria de la geografía, también a la desigualdad, la violencia, la inseguridad.
A pesar de todo Río y yo mantenemos el candor de creer en algún futuro sin ocultar la crueldad de la batalla entre la alegría y su descrédito. Todavía esperamos que se produzca en nuestras vidas un golpe de suerte, un plenilunio estable, una actuación de João Gilberto como las de antes.
Las autoridades califican de injustificada la imagen de desesperación social y llevan una parte de razón. La miseria y la violencia coexisten justo al lado de la normalidad de quienes que logran escapar de ellas. “Tudo bem” es la expresión que se escucha repetir con mayor frecuencia. Se puede pronunciar en momentos, entonaciones y significados variados, aunque coincidentes en definitiva. La desilusión existe como en todas partes, pero aquí parece insostenible, como si se evaporase en el vaho tropical. Las desgracias forman parte del paisaje afortunado y cada pena cree encontrar su analgésico. Donald Trump y Jair Bolsonaro pasarán más tarde o temprano.

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