1 feb 2020

La princesa Pyrene y la formación del Pirineo, la fuerza del mito

La explicación científica ha resultado siempre de comprensión dificultosa, construida con un lenguaje técnico refractario a la accesibilidad. Los antiguos lo resolvieron a fuerza de recorrer a la fantasía de los mitos construida con voluntad de hacerse entender aunque no fuese verdad. Los griegos solían fabricar una historia mítica, lo más rocambolesca posible, para explicarse  hechos preexistentes. Fue el caso de las montañas de Pyrene. Sin haberlas explorado aun, sabían por relatos anteriores que existían en una región boscosa del confín entre iberos y galos. Situaron ahí una parte del periplo mitológico del su héroe Heracles, más conocido hoy con el posterior nombre latín de Hércules. Dentro de los doce trabajos “hercúleos” a los
que fue condenado, debía robar el rebaño de bueyes del monstruo de tres cabezas Gerión, quien habitaba por el estrecho de Gibraltar, el umbral del océano exterior colonizado desde el siglo IX aC por los fenicios debido a las riquezas minerales.
A lo largo del viaje Heracles se enamoró de la princesa de gran atractivo que aparece en cualquier relato mítico hasta hoy. La princesa Pyrene era hija de un legendario reyezuelo local y vivía en aquella boscosa cordillera. El monstruo Gerión también la cortejaba y ella se escondió para mantener el amor con Heracles.
La estratagema de Gerión para obligarla a salir del escondrijo consistió en prender fuego a toda la cordillera. Heracles no pudo impedir la muerte de su amada. Desconsolado, le levantó un gigantesco túmulo funerario de enormes piedras, del Cantábrico al Mediterráneo, y le dio el nombre de Pirineo. Los bloques sobrantes los lanzó al mar y formaron el cabo de Creus.
Esta legenda griega, retomada por Jacint Verdaguer, hizo durante largos siglos más fortuna que la actual teoría científica de la tectónica de placas, en primer lugar porque era más fácil de entender. El Plegamiento Alpino, del Pirineo a los Alpes y al Cáucaso, data de 62 millones de años atrás. Jacint Verdaguer lo sabía al publicar en 1886 el poema épico Canigó. Sin embargo la leyenda de los griegos había llegado antes, contenía más atractivo mítico y él no se reprimió en recogerla. (foto Josep M. Dacosta)

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