17 abr 2012

El esperpento de la útima tramontanada

Que la tramontana lleve a cerrar al tránsito ayer durante seis horas una carretera recientemente reformada como la N-260 entre Portbou y Cervera por el Coll del Frare tiene algo de esperpéntico, aunque se trate del punto de mayor impetuosidad calibrada por los anemómetros oficiales. Es cierto que Portbou nació con la llegada del tren en 1878 y que sin eso no habría surgido en este lugar de viento especialmente, en el que la tramontana siempre ha batido sus propios récords, pero incluso así la técnica ha teóricamente avanzado desde entonces. 
La tramontana ya abatió la parte superior en hierro del largo viaducto ferroviario de 187 metros que vuela por encima del
valle y el núcleo urbano de Colera (municipio al que pertenecía la playa desierta de Portbou), la noche del 5 de diciembre de 1877, durante su construcción y antes de ser fijada completamente a los pilares. Posteriormente despeñó en 1905 algunos vagones y en 1929 se llevo el tejado de la estación nueva i fue preciso reforzar sus cubiertas. Se produjo de nuevo en 1973, cuando la tramontana arrancó algunos de los tejados de los hangares.
Resulta más esperpéntico aun que la experiencia consolidada a propósito de la tramontana consiga perturbar actualmente el recorrido del tren de alta velocidad y tener que escuchar en la megafonía de la estación de Perpiñán que el flamante convoy tecnológico llegará con miedia hora de retraso “par cause de vent violent”, como me ha sucedido en alguna ocasió de los últimos meses. 
La tramontana y sus esporádicos picos envalentonados siempre han estado ahí, son tan antiguos como el mundo en esta comarca. A los ingenieros que trazan las nuevas carretes y las nuevas líneas férreas les cuesta de tenerlo en cuenta.

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