10 ago 2012

Una lección de estilo sobre el ministro Fernández

Deseaba releer el magnífico artículo “Regreso o embajada” que Carlos Barral publicó el 28 de julio de 1981 en La Vanguardia sobre el hallazgo de los llamados Colosos de Riace, los monumentales bronces del siglo V aC de dos guerreros griegos casi intactos, exhumados en 1972 de las aguas de Reggio de Calabria, en la antigua Magna Grecia del sur italiano. He encontrado el artículo de Barral en la hemeroteca del diario, pero me ha deslumbrado más aun leer en la misma página otra vibrante lección de estilo, en una nota editorial dedicada por el periódico a la toma de posesión del gobernador civil de Barcelona, Jorge Fernández Díaz, actual ministro del Interior. Bajo el título “Un nuevo
gobernador”, he leido con un sentimiento de vergüenza creciente el siguiente texto: “Sustituir, en el Gobierno Civil de Barcelona, en estos momentos, a don José Coderch, cuya renuncia –insistimos—no debiera haberse producido, era una papeleta. Sin embargo, debemos reconocer que se ha hecho una buena elección en la persona del titular, hasta ahora, del Gobierno Civil de Asturias. Ingeniero industrial barcelonés, perteneciente al Cuerpo de Inspección de Trabajo que le llevó muy pronto al puesto clave de delegado provincial, don Jorge Fernández Díaz puede considerarse un arquetipo de la nueva generación de altos funcionarios del Estado. Versado no solo en los problemas sociales y económicos de Cataluña, sino también, por entronque familiar, con los castrenses y los de seguridad ciudadana, posee don Jorge Fernández valiosos conocimientos para el desempeño de sus nuevas, complejas y delicadas funciones. Su actuación, en Asturias, tenemos entendido que ha sido impecable, en contacto frecuente con algunas de las más altas dignidades de la nación. Para bien de todos, le deseamos mucha suerte en esta nueva etapa de su fulgurante carrera política que confirme el acierto de su nombramiento”.
Es el tono del periodismo apolillado y servil en que me crié profesionalmente. Bregamos muchos años para hacerlo desaparecer. Hoy parece infinitamente más antiguo que los Colosos de Riace.

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