La hegemonía de los grupos dirigentes no es tan solo económica y política, también es cultural, por ejemplo a través de la ideología que destilan los grandes medios de comunicación en su gota a gota cotidiano, una lluvia fina de simplificaciones que acaba por impregnarlo todo. No solamente han globalizado las finanzas y la producción, también los medios informativos mayoritarios, la información. El nazismo y tantas otras tiranías llegaron al poder después de dominar el día a día ideológico, como quien dice sin hacer nada más, mediante un lento pero constante desplazamiento de la opinión pública hacia la condición de masa acrítica y si es preciso hacia el fanatismo. La social-democracia, la izquierda, no ha sabido librar la batalla ideológica con los instrumentos de los medios de
comunicación masivos. La despolitización es el arma para construir la indiferencia, que como decía Gramsci es el peso muerto de la historia. La demagogia siempre vende con facilidad su baratillo, inocula a pequeñas dosis cotidianas el veneno de la incultura, la intolerancia y el simplismo a través de argumentos falaces, comenzando por la supuesta inexistencia de alternativas fuera de la corriente dominante, del sistema establecido.
comunicación masivos. La despolitización es el arma para construir la indiferencia, que como decía Gramsci es el peso muerto de la historia. La demagogia siempre vende con facilidad su baratillo, inocula a pequeñas dosis cotidianas el veneno de la incultura, la intolerancia y el simplismo a través de argumentos falaces, comenzando por la supuesta inexistencia de alternativas fuera de la corriente dominante, del sistema establecido.
Así se vehicula el interés de la oligarquía que desea perpetuarse a base de confundir e idiotizar a la gente, obstaculizar el espíritu crítico, la libertad de juicio y el debate de ideas mediante una desviación cotidiana de la atención hacia hechos secundarios o tergiversados. Los grandes medios de comunicación no practican la opacidad sobre las cuestiones esenciales a fuerza de no hablar de ellas, sino a menudo todo lo contrario, a fuerza de complicarlas con cortinas de humo formadas por tópicos y palabras vanas, machacadas sobre la capacidad espontánea de comprensión de la mayoría que pretenden envilecer y desintegrar como tal, a fin de que cada ciudadano se vaya sometiendo en su pequeño rincón y alimente la convicción resignada del “qué le vamos a hacer”, la ausencia de alternativa.
La cultura, antes que cualquier otra cosa, es educarse para ser libre de decidir, para entender la complejidad y las distintas capas de la verdad. Hacerse una idea de las cosas que ocurren nunca ha sido simple, rápido ni cómodo. Eso no impide que sea indispensable en una sociedad democrática, consustancial a la condición de ciudadano. La información es lo opuesto a la simplificación y los grandes medios informativos han abusado largamente de la segunda.
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