El 5 de octubre se cumplía el tricentenario del nacimiento del pensador Denis Diderot, padre de la Enciclopedia que compendiaba todo el saber de la época y del Siglo de las Luces que iluminó a los siguientes frente a las viejas estructuras, intolerancias y supersticiones. A raíz de la efemérides Francia se ha estremecido de placer en sus esencias ideológicas y le ha dedicado un abanico conmovido de recuerdos, a los que me complace sumarme por dos motivos. El primero, el precio tan accesible al que puedo comprar en las librerías francesas –no en las de aquí-- los infinitos libros sobre el personaje, estudiado por todos los lados, desde los grandes especialistas hasta los trabajos de divulgación continuamente renovados, dirigidos a los bachilleres que tendrán a Diderot como materia de examen. Acabo de devorar un par de ellos con la tinta todavía fresca: el de Jean-Paul Jouay titulado Diderot, la vie sans Dieu (colección Livre de Poche, 5,60 euros) y el de Jacques Attali Diderot ou le bonheur de penser (colección Pluriel, 10 euros). El segundo motivo de mi enraizada adhesión a Diderot es el emplazamiento afortunado de su monumento sedente en bronce sobre el bulevard Saint-Germain del Barrio Latino, muy cerca de donde vivió, un punto también muy accesible para mis rendez-vous en la capital del país vecino. Colocarme a la sombra de Diderot –de sus ideas o de su monumento— me ha
gratificado hasta hoy.
gratificado hasta hoy.
El libro de Attali me ha llamado especialmente la atención, porque el autor constituye una especie de alter ego actual de Diderot, salvando las distancias sobre la época que tocó vivir al uno y al otro. Jacques Attali es uno de los pensadores más seguidos de Francia, donde no escasean entre las generaciones de enarcas, Sciences-Po y demás Hautes Ecoles. Judío pied-noir nacido en Argel de familia acomodada, fue el brillante consejero mimado del presidente Mitterrand (“No tengo ordenador, ya tengo a Attali”, decía), antes de convertirse en uno de los asesores más solicitados en todo el mundo para todo tipo de consultorías. Publica cinco libros por año en distintos géneros (ensayo, novela, biografía, teatro, dietarios) y mantiene una crónica en la revista L’Express que suele ser el pequeño castillo de fuegos semanal de su talento, el reflejo actualizado del librepensamiento de Diderot y sucesores.
Denis Diderot fue de los primeros en rechazar la peluca y los polvos en la cara, y escribió a su amante Sophie Volland: “Hay un trocito de testículo en el fondo de nuestros sentimientos más sublimes y nuestras ternuras más finas”. Al día siguiente del tricentenario, el colega Llàtzer Moix le dedicaba en el diario La Vanguardia el artículo “¡Regresa, Diderot!” y escribía con ironía: “Me gustaría mucho seguir glosando aquí a Diderot. Pero no sé si eso apetecería a la mayoría silenciosa y, claro está, no quisiera indisponerme con ella”.
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