Por el módico precio de 12 euros se puede comprar en las librerías la séptima edición, actualizada este 2013 por la editorial Cátedra, de la Poesía selecta de Lope de Vega y comprobar con entusiasmo cómo un soneto es capaz de perdurar durante siglos con vigor de pieza única en la poblada joyería y la desbordante bisutería de la poesía amorosa. Lo sigue consiguiendo hoy de forma radiante la núm. 126 (sin título) de sus Rimas, con la fuerza intacta de un estimulante cardíaco que despierta el movimiento ascensional de las apetencias y azota las ideas, un alegato vibrante en favor de
algunos lujos de la vida, una destreza elegíaca premiada con la gran luminosidad del barroco, una filiación inesperada con la nitidez de las cosas, una fidelidad rara con su perfil más auténtico, un retorno a la memoria, la pupila y la yema de los dedos de aquello que es capaz de abrazar el corazón íntegro, lúcido y combativo al discernir algo que parecía inexistente los demás días y que ahora late en las palabras:
algunos lujos de la vida, una destreza elegíaca premiada con la gran luminosidad del barroco, una filiación inesperada con la nitidez de las cosas, una fidelidad rara con su perfil más auténtico, un retorno a la memoria, la pupila y la yema de los dedos de aquello que es capaz de abrazar el corazón íntegro, lúcido y combativo al discernir algo que parecía inexistente los demás días y que ahora late en las palabras:
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;
no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;
huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;
creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño:
esto es amor, quien lo probó lo sabe.
Por los mismos 12 euros, el libro de bolsillo ofrece cerca de doscientos poemas más del autor. Aunque las 760 páginas estén ocupadas en exceso por lo que los académicos llaman con petulancia aparato crítico, el tecnicismo obtuso y profuso de las anotaciones (¡40 páginas solo de bibliografía!) no alcanzan a hacer sombra a la luminosa, vivísima poesía de Lope, como tampoco lograron que la aborreciéramos algunos professores en las clases de literatura castellana del bachillerato (el mío vestía una sotana más oscura y raída que su aptitud pedagógica).
Por más inapetencia que pretendan inocular a la lectura de los clásicos, encontrarlos en la mesa de novedades de la librería a 12 euros, recién reimpresos, despierta un entusiasmo que empuja a alzar de nuevo la copa por el soneto 126, tónico y vivificante como un día saneado de tramontana, capaz de poner erectos a la conciencia y el espíritu, empujar la adrenalina, excitar el ímpetu, aclararlo, liberarlo, pigmentarlo, tensarlo y convertirlo en un ditirambo de la inteligencia emocional de los partidarios de un cierto vitalismo, definitivamente enfrentados a los amantes de los grises majestuosos y las difusas languideces.
Los retratos pictóricos de la cara de Lope, probablemente tan académicos como sus exégetas en las actuales reediciones de la poesía que escribió, no hacen honor al personaje que convivía en el “poblachón manchego” madrileño con Cervantes, Góngora y Quevedo durante aquel Siglo de Oro literario. Para mi el poeta tiene las facciones granujas del actor Alberto Amman en la magnífica película Lope, estrenada en 2010. Desde luego que el soneto 126 se escucha completo, durante una galopada del protagonista por los campos de Castilla en que las imágenes rozan el tono palpitante de los versos (en cambio la declamación no tanto, porque recitar con genio es dificilísimo).
Por más inapetencia que pretendan inocular a la lectura de los clásicos, encontrarlos en la mesa de novedades de la librería a 12 euros, recién reimpresos, despierta un entusiasmo que empuja a alzar de nuevo la copa por el soneto 126, tónico y vivificante como un día saneado de tramontana, capaz de poner erectos a la conciencia y el espíritu, empujar la adrenalina, excitar el ímpetu, aclararlo, liberarlo, pigmentarlo, tensarlo y convertirlo en un ditirambo de la inteligencia emocional de los partidarios de un cierto vitalismo, definitivamente enfrentados a los amantes de los grises majestuosos y las difusas languideces.
Los retratos pictóricos de la cara de Lope, probablemente tan académicos como sus exégetas en las actuales reediciones de la poesía que escribió, no hacen honor al personaje que convivía en el “poblachón manchego” madrileño con Cervantes, Góngora y Quevedo durante aquel Siglo de Oro literario. Para mi el poeta tiene las facciones granujas del actor Alberto Amman en la magnífica película Lope, estrenada en 2010. Desde luego que el soneto 126 se escucha completo, durante una galopada del protagonista por los campos de Castilla en que las imágenes rozan el tono palpitante de los versos (en cambio la declamación no tanto, porque recitar con genio es dificilísimo).
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