13 jun 2014

Las palabras de Rafel Nadal en la presentación del libro “El mirall de l’Acròpolis”

Mi último libro El mirall de l’Acròpolis (Voliana Edicions) fue presentado el 12 de junio a la librería Altaïr de Barcelona por el periodista y novelista Rafel Nadal, quien dijo: 
"Xavier Febrés siempre escribe de los lugares que me gustan. De Roma, por ejemplo. Muchos recordamos y releemos aquel Roma: passejar i civilitzar-se, escrito a cuatro manos con Rossend Domènech, Pirro. Escribe de Francia. De la Catalunya Nord. De Barcelona. Del Ampurdán. Y de ese trozo de costa que va de S’Alguer a Cala Estreta y que tiene el centro en la Playa de Castell, la última playa virgen de la Costa Brava, que a mi siempre me ha parecido el mejor paisaje del mundo: un equilibrio perfecto e improbable entre naturaleza y
civilización. Xavier escribe de todo aquello que tiene una fuerte huella mediterránea. Conoce este mar, las tierras que le rodean y su gente. Los conoce y los siente suyos. Por eso ahora escribe este El mirall de l’Acròpolis, que es un viaje sin concesiones por la historia y las convulsiones de Grecia: el origen de todo y tal vez el final de muchas cosas. Por eso le ha salido un lamento escrito desde el respeto, pero también desde la indignación.
En Grecia hay 2.440 islas, 227 habitadas. A mi me gusta viajar entre ellas en los ferris de línea, sin pretensiones, lentos, con parada en cada puerto del trayecto. Me gusta viajar siempre a cubierta, acodado en la barandilla, mirando al horizonte hasta que una nube en medio del mar delata la presencia de una montaña, que a su vez anuncia la inminente llegada de una isla. Las islas se enfocan y se desenfocan mientras el barco va avanzando hacia su destino. Y cuando entras a puerto, las islas se hacen gente y me gusta descubrir las vidas detrás de cada cara. 
Esta es también la aproximación que practica en Xavier para acercarnos a la crisis griega, que es nuestra misma crisis, es decir la crisis de todos los pueblos del sur de Europa. Enfocando y reenfocando a medida que se acerca a tierra, Xavier descubre a las personas, las pasiones, las esperanzas y las frustraciones. 
Igual como descubrimos las islas desde el ferri, en el relato de Xavier Grecia aparece de golpe, como un espejismo. Desdibujada bajo una nube que nos advierte de que en aquel punto hay una montaña y a sus pies los campos, los acantilados, las ciudades, los puertos y sobre todo los griegos, orgullosos pero abrumados por el peso de la corrupción, el desgobierno y el desorden. Abrumados, en definitiva, por la poca vergüenza de sus gobernantes, de sus elites, de sus funcionarios, de sus acreedores extranjeros y sus esbirros. 
Quienes habéis leído a Xavier Febrés sabéis que este hombre escribe muy bien. Tiene un talento extraordinario para narrar. Un talento que no siempre hemos sabido aprovechar en un mundo periodístico y editorial como el nuestro, falto tan a menudo de él. Un auténtico error, sobre todo ahora que los lectores fieles reclaman más que nunca historias a fondo, bien escritas y bien documentadas. Este es, pues, un libro muy bien escrito que combina talento, oficio, pasión y sensibilidad. 
El mirall de l’Acròpolis transcribe tres conversaciones en profundidad, de aquellas que antes aun veíamos de vez en cuando en los diarios, sobre todo en los dominicales, pero que ahora en que las precisamos más que nunca han desaparecido de los medios. Tres conversaciones largas y reposadas: con Spyros, profesor de historia; con Eleftheria, periodista, y con Stavros, que ha trabajado durante años de economista en Alemania. 
De la primera creo que no es preciso dar demasiados detalles. Todo el mundo entiende rápidamente que un atardecer de conversación en el Partenón, con un profesor de historia culto y apasionado posee todo el sentido del mundo para explicar los orígenes, la historia y el trasfondo de la Grecia actual. Xavier y Spyros comienzan hablando de Aristóteles, de Pericles y sobre todo de Sócrates y acaban en Europa y el euro, cuando las autoridades griegas llevaron sus martingalas hasta el extremo, con el visto bueno entusiasta de la Unión Europea, quien prefirió aparentar que creía las mentiras gubernamentales griegas, asesoradas por Goldman Sachs. 
Spyros, como muchos aquí, reclama volver a los valores del esfuerzo, la austeridad, la honradez y el civismo así como la igualdad de oportunidades, la justicia y la solidaridad. “Esto no es posible –dice- sin un proyecto político y un acuerdo social creíble sobre fiscalidad y distribución de la renta que se pueda aplicar con resultados visibles en un tiempo definido”. 
La segunda conversación resulta en principio mucho más heterodoxa, inesperada. Eleftheria nos cuenta su crisis de pareja, su ruptura sentimental. En realidad, uno de los grandes hallazgos del libro. Son páginas de reflexiones que se supone que hablan de amor y de las relaciones, pero que transmiten una fuerza política muy sorprendente. Por ejemplo: “La seducción suele ser una manipulación en interés propio de cada una de las partes implicadas. El peligro depende de dónde se colocan los límites del interés propio”. 
O esta: “Hay fuerzas de la naturaleza que se dedican a tejer, a soldar piezas, a encajar fragmentos desaparejados. Otras tienden a romper vínculos, a dar portazos, a socavar bases que creíamos fundamentadas, como si eso fuese una prueba de libertad”. 
Y todavía esta otra: “Ahora he perdido el trabajo y la pareja, me han amputado la ocupación del tiempo, los ingresos económicos, la colocación social, la compañía más cotidiana y el apoyo afectivo más directo. ¿Y sabes lo que me fastidia más de todo eso? Lo que me fastidia más de todo eso es la pérdida de atractivo que nos adjudican a los amputados, pese a que en algunos casos sabemos perder con más elegancia que muchos ganadores a la hora de administrar sus victorias. Yo soy una amputada, no una imputada ni una fracasada”. 
Sabia Eleftheria, quien al hablar de su enamorado remata con un discurso que compartiría la mayoría de los ciudadanos de aquí castigados con dureza por la crisis: “La agresividad de los ganadores goza de una amplia aceptación social, pero los perdedores formamos hoy un volumen difícil de enmascarar, nos convertimos en protagonistas por la fuerza del número y por las condiciones injustas que nos han conducido a llevar la etiqueta estigmatizada como si fuese una culpa individual”. Amén. 
La tercera conversación es con el economista Stavros, quien de buenas a primeras alerta de que en Grecia se está llevando a cabo “un banco de pruebas del cuestionamiento de la democracia”. “La libertad y la democracia siempre han sido un estorbo para los oligarcas” –dice Stavros, que habla de lo que sabe y sabe de lo que habla: de economía, de Alemania, de los medios como el Bild Zeitung. Y acaba dialogando con Habermas para afirmar solemnemente: “La actual crisis no ha sido consecuencia de la democracia, sino de la falta de democracia en la regulación del capitalismo”. 
No os fastidiaré el libro con más citas. 
Ya he dicho que a mi Grecia me gusta navegarla en ferri, si puede ser a finales de verano. Como aquel día de setiembre de 1994, o tal vez era de 1995, en que navegábamos de Samos a El Pireo. En cada puerto desembarcaban tan solo seis o siete persones y, en cambio, subían mas de cien En esta época del año, las islas griegas empiezan a cerrar y los ferris se llenan de familias enteras que abandonan los pueblos y regresan a Atenas después de pasar el verano a casa de los abuelos. Por eso recuerdo perfectamente que estábamos a primeros de setiembre cuando entramos en el pequeño puerto de Hágios Kérikos, la capital de Icaria. Como siempre, Anna y yo estábamos en a popa intentando no perder detalle de la maniobra de atraque. 
Nos invadió una enorme tristeza al ver a aquellos abuelos que se quedaban solos en el muelle mientras los hijos y nietos se acomodaban en el barco entre un gran vocerío; tenían las caras endurecidas por el frío y el salobre y teñían de negro el puerto, y cuando el barco empezó a separarse dejaron de disimular las lágrimas. 
Un niño y una niña, que debían tener ocho o diez años, me pidieron que les dejara lugar para acodarse en la barandilla. Detrás vi a sus padres, que se instalaban en dos de aquellas sillas blancas, de plástico. Un piso por debajo, los marineros de popa acabaron de recoger cuerda y subieron la compuerta. 
Al cabo de un buen rato me di cuenta de que la cubierta del ferri se había vaciado, pero mis vecinos de barandilla seguían allí impertérritos. Estuvimos así un par de horas, mientras los acantilados de Icaria iban desfilando ante nosotros. Cuando ya alcanzábamos la punta de la isla, empecé a hablar con los padres, que también se habían acercado a la barandilla. 
Acaban de recoger a los niños, quienes habían pasado todo el verano en casa de los abuelos, en un pueblito colgado del acantilado, en este lado de la isla; ellos solo habían podido quedarse quedar una semana y aquella mañana habían salido casi de noche, a les seis de la madrugada. Ahora ya eran cerca de las tres de la tarde. 
Por el lado de los acantilados no hay carretera, pero por el otro la isla es más llana y hay una pista de tierra —me iban contando cuando ya nos encontrábamos casi en la la punta de la isla y los dos chiquillos se habían sacado un espejito del bolsillo y, encarándolo al sol, jugaban con lanzar reflejos.— Del pueblo de los padres al puerto —siguieron explicando— hay más de tres horas, porque la pista es horrorosa 
De golpe, los niños empezaron a gritar excitados, incluso los padres gritaban y gesticulaban: desde lo alto de la montaña, desde lo que parecía un pueblito de cuatro o cinco casas, salía un reflejo de luz que les respondía. Los dos espejitos, el del barco y de la montaña, estuvieron un buen rato hablando, abrazándose. De madrugada se habían prometido que se despedirían cuando el ferri pasara frente al pueblo y ahora, desde casa, los abuelos les decían adiós. 
Este es El mirall de l’acropolis de Xavier Febrés, la suma de miles y millones de reflejos que se hablan cada día entre sí mediante el espejo, resumidos en tres conversaciones apasionadas. Es el espejo que pone en contacto un niño de regreso a Atenas con sus orígenes, con los abuelos que se quedarán todo el invierno en aquel pueblito colgado como una Acrópolis sobre el acantilado de la isla de Icaria. Una Acrópolis donde se miren los griegos de hoy abatidos por la crisis, que también es nuestra crisis, y ven su historia, que es nuestra historia 
Muchas gracias Xavier por ponernos delante del espejo y obligarnos a vernos reflejados. Gracias y enhorabuena.

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