Ayer asistí de nuevo a la corrida que cierra cada 14 de julio la feria de Ceret, la pequeña (8.000 habitantes) capital de la comarca catalana del Vallespir, situada desde 1659 en tierras de Francia. Sin este último detalle no me habría sido posible, ya que en la Cataluña peninsular la Generalitat las ha prohibido. Las corridas de Ceret dan comienzo con la interpretación de “Els Segadors” por la Cobla Mil.lenària, con todo el público en pie. Al final del quinto toro la cobla entona la sardana “La Santa Espina” y todo el mundo se levanta de nuevo. También suele interpretar “L’estaca”, de Lluís Llach, y los asistentes se balancean como haciendo la ola mientras cantan el estribillo a coro. En las arenas de Ceret ondea una sola bandera, la catalana. Ni
una francesa, pese a tratarse del “14 Juillet”. La feria taurina de Ceret no tiene ni un pelo de folklórica. Es conocida por su grado de exigencia, aunque se organice con las fuerzas internas de la Asociación de Aficionados Ceretanos (ADAC). Las pequeñas y repintadas arenas, con un aforo de 3.780 localidades repletas, se encuentran junto al giratorio de circulación presidido por el monumento “Aux Toreadors du Monde” del escultor Manolo Hugué y al Museo de Arte Moderno de Ceret, al que Picasso donó 35 piezas cerámicas de su obra relacionadas con la tauromaquia.
una francesa, pese a tratarse del “14 Juillet”. La feria taurina de Ceret no tiene ni un pelo de folklórica. Es conocida por su grado de exigencia, aunque se organice con las fuerzas internas de la Asociación de Aficionados Ceretanos (ADAC). Las pequeñas y repintadas arenas, con un aforo de 3.780 localidades repletas, se encuentran junto al giratorio de circulación presidido por el monumento “Aux Toreadors du Monde” del escultor Manolo Hugué y al Museo de Arte Moderno de Ceret, al que Picasso donó 35 piezas cerámicas de su obra relacionadas con la tauromaquia.
Suelo volver a los toros de Ceret por dos razones precisas. En primer lugar porque amo a Ceret en cualquier momento del año, en verano como en invierno, los solitarios días laborables, los sábados de mercado o incluso en fechas señaladas del calendario como esta. Siempre estoy dispuesto a acudir a “fer la llaca”, a darme el paseo por Ceret y contemplar, por ejemplo, como por las acequias de sus aceras corre el agua más viva, fresca y melodiosa del mundo, bajo los centenarios plátanos de más de treinta metros de altura.
En segundo lugar, suelo acudir a los toros de Ceret en compañía de Rosa Gil, la nena del restaurante barcelonés Casa Leopoldo, lo cual cosa representa un motivo en sí mismo. Me gusta acompañar a Rosa y compartir con ella una vieja fidelidad hacia nosotros mismos y nuestros recuerdos. Rosa y yo somos personas candorosa y orgullosamente fieles.
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