La reciente aparición del primer volumen de una nueva tentativa de Obra Completa de la oceánica producción poética de Vicent Andrés Estellés por parte de la editorial valenciana Tres i Quatre me ha llevado recordar que en una ocasión lejana mi mujer y yo le visitamos en su casa, en Valencia. La amenidad de la conversación y el interés de sus ojillos por el atractivo juvenil de mi mujer alargaron aquella sobremesa a domicilio. Al anochecer nos pidió que le acompañáramos a uno de los frecuentes homenajes que le tributaban en los pueblos de la antigua huerta de los alrededores de la capital, organizados por la red activista de su editor y amigo Eliseu Climent. Al acercarse la hora de la cena, Estellés solía acudir a un u otro homenaje. El autor del Llibre de meravelles pasó veinte años trabajando de gris redactor jefe del diario local Las Provincias y, una vez jubilado y consagrada su poesía entre los lectores, gozaba ahora de la calidez del reconocimiento popular,
ya iniciada la primera publicación de la torrencial Obra completa y convertido en un referente cívico, divulgado también por múltiples cantantes. Su monumental Mural del País Valencià aludía y poetizaba profusamente cada municipio, que le devolvía el honor con alguna recepción festiva.
ya iniciada la primera publicación de la torrencial Obra completa y convertido en un referente cívico, divulgado también por múltiples cantantes. Su monumental Mural del País Valencià aludía y poetizaba profusamente cada municipio, que le devolvía el honor con alguna recepción festiva.
No recuerdo el nombre del pueblo al que acudimos aquella noche, pero sí la actitud complacida y paciente de Estellés a lo largo de toda la velada. Al disponernos a marchar de regreso a casa junto al poeta, nos advirtieron que no podíamos hacerlo antes de la traca final, una expresión que en Valencia debe tomarse de modo literal. Al salir de la sala y disponernos a cruzar la calle, nos vimos inmersos en la explosión pirotécnica celebratoria. La idea que cualquier persona no valenciana pueda hacerse sobre la definición de explosión pirotécnica resultará inevitablemente esquelética ante el volumen, la potencia y la sonoridad de la realidad local.
La fábrica más importante de Europa de explosivos de este tipo se encuentra en Llíria, rodeada de campos de naranjos, y factura cada año 8 millones de euros gracias a la exportación. Les mascletás no son fuegos de artificio visuales ni tracas entendidas simplemente como sucesión lineal de petardos unidos por una mecha, sino una construcción aérea de cordajes de los que penden los explosivos que detonan con una violencia inhumana para la mayoría de mortales y de lo más festiva para los autóctonos, como una sinfonía apocalíptica de bombas que estallan a muy escasa distancia del espectador y lo desarbolan si no está acostumbrado.
La frágil estatura del poeta atravesó aquel infierno de fuego, ruido y furia con la misma sonrisa seráfica de toda la velada, incólume y reasegurado sobre el destino de su pueblo, mientras mi mujer y yo creíamos llegada nuestra hora final o al menos una perforación de tímpano garantizada. Una mascletá no será jamás una traca, menos aun una traca final. Entiendo mucho mejor el vitalismo inagotable de la poesía de Estellés desde la mascletá a la que sobreviví aquella noche a su lado en un pueblo de la huerta.
El reciente primer volumen de la nueva ordenación de la Obra Completa de Estellés incluye el largo poema Coral romput, que en 1979 fue llevado magistralmente al disco y al escenario per la voz narradora del añorado Ovidi Montllor y la guitarra esencial de Toti Soler. Los tres nombres, sumados en una feliz conjunción, impresionan de forma memorable. Tal vez debería hablarse mas de la reedición de la poesía de Estellés y sus mascletás internas.
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