Durante unos años me hizo ilusión ofrecerme como regalo de cumpleaños el desplazamiento a la première del Festival de Teatro de Aviñón, que tradicionalmente se inaugura a primeros de julio con un estreno de lucimiento en el patio del Palacio de los Papas. Además de la obra en cartel, me gustaba comprobar qué papel jugaría aquel año el mistral. El viento provenzal ha alterado o suavizado, según su intensidad, muchas funciones en ese escenario al aire libre. Protagonizó, por ejemplo, el estreno de la Andrómaca de Eurípides en la edición de 1994 y con sus caprichosos resoplidos entre las altas paredes del viejo palacio pontificio salvó
los últimos e inacabables sesenta minutos del montaje de dos horas y media.
los últimos e inacabables sesenta minutos del montaje de dos horas y media.
En aquella ocasión iba prevenido sobre la incierta amenidad de la versión del director Jacques Lassalle sobre la clásica tragedia, raramente representada. Habría sido una grosería atribuirlo al texto, que ganaba con la magnífica traducción al francés de Jean Bollack y su mujer Mayotte Bollack, puntualmente editada por Editions de Minuit, aunque ya se encontrase en las librerías la anterior de Marie Delcourt-Curvers, incluida en el volumen correspondiente de La Pléiade y en formato de bolsillo en la colección Folio. En algunos países retraducen y reeditan a los clásicos con una admirable alegría comercial.
La actriz Christine Gagnieux bordó el papel protagonista, sobre todo por una impostación declamatoria de ampulosidad canónica, mientras algunos de sus colegas de escena recitaban a Eurípides como si se tratase de Tennessee Williams. La primera hora y media de función pasaba bien. Sin intermedio, claro está, porque algunos opinan que al teatro no se va a descansar. La última hora habría resultado soporífera para cualquier capacidad de atención media si no hubiese sido por las entradas en escena y los mutis del mistral, también con una impostación de la más clásica sonoridad. Aquella noche el viento provenzal tuvo una de las interpretaciones más delicadas y juguetonas que le recuerdo en el Palacio de los Papas. Escuchar sus rumorosas evoluciones entre la arquitectura gótica del siglo XIV y los andamios de gradas desmontables con 2.200 butacas constituyó un elemento de pleno derecho del espectáculo, del papel que juega el aire libre.
A la salida se me acercó el alcalde de la ciudad con los cabellos desmelenados (durante la mañana le había entrevistado en su despacho del Ayuntamiento para un reportaje y por eso me recordaba). Me comentó que acababa de decir al director del festival que, a su entender, el montaje ganaría si le suprimían al final "una decena de minutos". La politesse, como es sabido, tiene esas expresiones encantadoras. Del mismo modo, el mistral también puede mostrarse algo menos bestia que la tramontana, según qué días.
Este año la première del Festival de Teatro de Aviñón ha sido suspendida por la huelga de los trabajadores “intermitentes”, eventuales o discontinuos, un régimen especial de la legislación laboral francesa creado en 1936 por el gobierno del Frente Popular para apoyar al sector artístico y cultural. Permite cobrar el subsidio de paro entre un trabajo intermitente y el siguiente, siempre que se hayan cotizado 500 horas anuales de trabajo. Ahora pretenden recortarlo, como las demás prestaciones sociales en general. Los trabajadores han reventado la sesión de gala de la cultura francesa, que es la première de Aviñón, aunque sin intención de boicotear al resto de un festival que el año pasado sumó 350.000 entradas vendidas durante las cortas semanas de programación en una ciudad de provincias.
Aun me haría ilusión ofrecerme como regalo de cumpleaños el desplazamiento al Festival de Teatro de Aviñón y comprobar qué papel juega esta vez el mistral en el patio del Palacio de los Papas, pero mis ilusiones se han visto recortadas igual como a los trabajadores intermitentes.
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