Conservo por azar el carnet de usuario del año 1981 en la biblioteca parisina de Sainte-Geneviève, que se halla en la plaza del Panteón, en lo alto del Barrio Latino. El edificio histórico de fachada renacentista y arquitectura de acero y vidrio en el interior contaba ya entonces con modernas instalaciones, de modo que los libros eran servidos por una especie de tapis roulant hasta el punto de lectura elegido por el solicitante, dentro de un funcionamiento práctico y resolutivo. Una biblioteca no es un depósito de libros, sino una forma de gestionarlos y ponerlos al alcance. La cartulina de mi viejo carné está cumplimentada a mano, con la foto
grapada. No conservo ni la más vaga memoria de qué fui a buscar allí, pero sigo amando la biblioteca de Sainte-Geneviève. Cada vez que viajo a París acudo de nuevo a ella sin un objetivo muy preciso, por el placer del reencuentro. Algunas fidelidades no necesitan causas funcionales. Voy a bouquiner, a revolver, a vagar entre las páginas de los libros como quien busca un testigo del tiempo, un camino claro, un destino insistente.
grapada. No conservo ni la más vaga memoria de qué fui a buscar allí, pero sigo amando la biblioteca de Sainte-Geneviève. Cada vez que viajo a París acudo de nuevo a ella sin un objetivo muy preciso, por el placer del reencuentro. Algunas fidelidades no necesitan causas funcionales. Voy a bouquiner, a revolver, a vagar entre las páginas de los libros como quien busca un testigo del tiempo, un camino claro, un destino insistente.
Conservo junto al carnet las fichas de algunos de los documentos que consulté en 1981. Puedo deducir que guardaban relación con la investigación que estaba llevando a cabo para escribir uno de mis libros, aunque es una deducción genérica. No creo que sacase nada en concreto, excepto la estima por el establecimiento. Me ha ocurrido con otras bibliotecas de distintas ciudades en las que he trabajado como transeúnte por algún interés del momento que hoy me resulta difícil rastrear en los libros que he ido publicando.
La cartulina roja con mi foto grapada es como un certificado de haber vivido, trabajado e indagado aunque no sepa bien para qué. La cartulina me procura el rastro biográfico de actividad tal vez difusa, pero real. Quizás al inscribirme en la biblioteca parisina de Sainte-Geneviève no extraje de allí un trabajo definido, palpable y acabado que ahora pueda recordar, sin embargo guardo la sensación de haber abierto un camino que luego he recorrido con familiaridad. No sé con exactitud de qué me ha servido, pero esa carencia no me molesta. Sigo amando la biblioteca Saint-Geneviève.
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