Quienes se han despreocupado olímpicamente del recorte social más salvaje aplicado a un país de la Unión Europea, se alarman ahora ante el hecho de que el próximo gobierno de Grecia pueda estar presidido por la izquierda alternativa de la coalición Syriza, a raíz de las elecciones anticipadas de enero o febrero próximos. Eso significaría --¡por fin!—poner en cuestión desde un gobierno europeo la política de austeridad impuesta los últimos años por la hegemonía conservadora alemana, renegociar el sistema draconiano de pago de la deuda y
las estrategias que se han revelado fallidas para que la mayoría salga de la crisis y la minoría pague lo que debe pagar en el terreno fiscal y también en el de reparación de sus infracciones reconocidas.
las estrategias que se han revelado fallidas para que la mayoría salga de la crisis y la minoría pague lo que debe pagar en el terreno fiscal y también en el de reparación de sus infracciones reconocidas.
Para algunos la urgencia del momento es resucitar el espantajo “bolchevique” y demonizar a la coalición griega Syriza como puerta del caos, cuando en realidad representa la puesta en práctica de la única política razonable en estos momentos. El economista norteamericano James Galbraith, hijo del profesor John Keneth Galbraith, declaraba recientemente con motivo la publicación de su nuevo libro The new normal: “Grecia representa la posibilidad más importante de una necesaria rebelión política contra la política de los líderes europeos”.
Las dos vueltas de lea elecciones presidenciales griegas tienen lugar el 17 y 19 de diciembre. Si el candidato del actual gobierno de coalición entre conservadores y socialistas (el hasta ahora comisario europeo Stavros Dimas) no alcanza la mayoría necesaria, desembocaría en elecciones legislativas anticipadas, en las que Syriza aparece como partido más votado en las encuestas.
En Grecia se han aplicado recortes de hasta el 30 % de las pensiones de jubilación y de los sueldos de los empleados públicos. El PIB de Grecia retrocedió en un 23 % en seis años, entre 2008 y 2014. El ingreso medio de una familia ha caído el 40 %, cifra sin precedentes salvo en períodos de guerra. El paro pasó del 9 % al 27 % en el mismo período. Un de cada cuatro pequeños comercios de Atenas ha cerrado. Han recibido, de momento, dos rescates de la Unión Europea por un total de 240.000 millones de euros. El dinero del rescate se ha destinado al “servicio de la deuda”, a pagar los intereses de los bancos, no a rescatar a los griegos.
En mi último libro El mirall de l’Acròpolis (La passió dels grecs per entendre la crisi), relato cómo el país inventor durante la Antigüedad del concepto de democracia se ha convertido en el banco de pruebas de la laminación de los derechos democráticos y los equilibrios sociales. Grecia es un símbolo también en este aspecto, el punto de origen de nuestra civilización y a la vez de ssus depreciaciones más recientes. El foco genético de nuestro sistema político de valores malvive en Grecia como un anciano marginado. También por eso se revela como uno de los lugares más indicados para describir el curso del mundo con la intención de encontrar el camino de salida de la crisis.
Los griegos son ricos en el aspecto histórico, Europa también lo es. La riqueza no se ha limitado nunca al dinero. Más bien se ha basado, en Europa, en la consolidación de un sistema de pensamiento y un modelo social que ahora se ven amenazados. El actual ataque contra los derechos democráticos no es más que un rebrote de la vieja tiranía de siempre --ahora más sofisticada y tecnológica--, el combate permanente entre dos formas de ver la vida: el sometimiento de los intereses de la minoría a los de la mayoría o bien a la inversa.
La globalización ha vuelto a imponer la fractura territorial entre países acreedores y deudores, así como la fractura social entre la minoría que se enriquece y la mayoría que se empobrece. La relación de fuerzas ha favorecido hasta ahora a los “virtuosos” países del norte, pero la relación de fuerzas potencial aconseja recuperar algunos aspectos fundamentales del legado griego, empezando por el valor de la democracia para combatir a la usura, para hacer posible la supervivencia y el progreso de todos en condiciones dignas.
Las palabras “Europa” y “democracia” son griegas (Europa era una diosa de la mitología griega, de la que Zeus se enamoró por la belleza de sus ojos). Todavía denominamos a nuestro alfabeto con las dos primeras letras del abecedario griego: alfa y beta. Grecia dio a Europa su nombre, el sistema social democrático, los fundamentos cívicos de su cultura, incluso el anagrama de la actual moneda, la letra € o épsilon. Alrededor de la rodilla pelada de la roca de la Acrópolis nació el embrión del concepto de democracia, de logos o conocimiento y por lo tanto de razón, de ciudadanía como conciencia de individuo en función de la comunidad.
Grecia no dejaba de ser en el momento de su apogeo clásico un país de orígenes modestos, con escasa tierra cultivable, fragmentado en polis enfrontadas entre ellas. A pesar de todo fue capaz de engendrar uno de los momentos preclaros de la humanidad gracias al acento colocado en determinados valores. La vieja Europa ha sido hasta ahora la región del mundo más cohesionada socialmente, sobre la base de un modelo derivado de aquel invento griego de la democracia participativa.
Resulta demasiado fácil hablar de Grecia a fuerza de idealizaciones, pero también sería grotesco pretender negar la vibración del ascendiente griego que marca el continente más civilizado en el aspecto social. La hegemonía de los grupos dirigentes y de los países dominantes no es solo económica y política. También es cultural, a través de la ideología que destilan los medios de comunicación en su gota a gota cotidiano, una lluvia fina de simplificaciones que acaba impregnándolo todo. No se han globalizado tan solo las finanzas, también la información como herramienta de dominio.
La demagogia inocula a pequeñas dosis cotidianas el veneno del simplismo. Lo hace a través de argumentos falaces, empezando por la supuesta inexistencia de alternativas fuera del sistema establecido. De esta forma vehicula el interés de la oligarquía en perpetuarse, en obstaculizar el espíritu crítico, la libertad de juicio y el debate de ideas mediante la desinformación o la desviación de la atención.
La vieja noción griega de democracia (ciudadanía gobernada por reglas consensuadas, no por la ley del más fuerte ni por les leyes de los dioses interpretadas por los poderosos) representó un paso de gigante en la historia. Hasta aquel instante no se entendía que los hombres pudiesen obedecer una ley hecha por ellos mismos, en vez de obedecer a un amo. Veinticinco siglos después aquella noción mantiene su vigencia de principio.
La democracia no es ningún mito utópico, como algunos quisieran hacer creer. La práctica de la política por parte de todos es un derecho y al mismo tiempo la única posibilidad de salida de la crisis. Precisamente por eso se han invertido medios descomunales en despolitizar a la gente por asqueo, por aburrimiento o por descrédito de los políticos. El menosprecio de la práctica política representa la antesala de la dictadura, su condición necesaria.
Por todo eso y contra todo eso la coalición de izquierda alternativa Syriza aparece en las encuestas como posible fuerza más votada en las inminentes elecciones griegas.
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