27 abr 2015

Nuevo arañazo a la belleza violentada de la playa de Llafranc

Ayer domingo fui a pasear a lo largo de la playa de Llafranc y la encontré asediada por gigantescos dragones metálicos que la están sometiendo estos días a una muda de piel forzada y aberrante. Dragan de nuevo, como cada año, el puerto "deportivo" que desde 1970 desfigura una de las bahías naturales más hermosas del país, en beneficio de 140 amarres particulares que ni siquiera impiden la proliferación de barcas amontonadas también sobre la arena de la curva de levante de la playa, que ocupan por completo. La fantasiosa calificación de puerto “deportivo” encubre en realidad un puerto absurdo, mal construido y cegado sistemáticamente por los movimientos de arena que él mismo causa. Los temporales de levante, tras rebotar
contra la Punta d’Es Blanc en el otro extremo de la bahía, barren la arena de la playa en su reflujo y topan en el desplazamiento natural con el obstáculo del puerto, que la embolsa y acumula. Los ingenieros no lo tuvieran en cuenta, dentro de una falta grave de estudio del terreno al establecer el proyecto constructivo.
Palas excavadoras y camiones de grandes dimensiones trasladan cada año 100.000 metros cúbicos de arena de un extremo a otro de la bahía de Llafranc para que el puerto pueda seguir siendo operativo. La arena extraída de la bocana suele ser lodo contaminado de hidrocarburos, graso y sucio. Una vez desplazada, la maquillan para los bañistas con un par de camiones de arena más limpia por encima. 
“Una obra para ricos con mentalidad pobre”, escribió desde el 6 de junio de 1970 el semanario barcelonés Destino a propósito del estropicio promovido y regentado por el Club Náutico Llafranc como propiedad particular destinada a sus socios, dentro de una concesión administrativa del espacio público durante 99 años por parte del ministerio de Obras Públicas de la época. En 1977 se formó una comisión gestora para estudiar su demolición y reconstrucción más amplia y bien proyectada en otro punto de la costa del municipio. La idea no prosperó, prevaleció el “hecho, hecho está”. 
Toda la costa catalana padece los anómalos desplazamientos de arena provocados por la proliferación de cerca de cincuenta puertos privados llamados “deportivos”. Constituyen una barrera alzada sin contemplaciones cada 15 km de costa en promedio, dentro de una de las concentraciones proporcionalmente más elevadas del Mediterráneo.
El último Plan de Puertos de Cataluña preveía en 2007 incrementar el total de 48.500 amarres existentes con 6.000 más. A continuación, a raíz de la crisis económica, la Generalitat corrigió ligeramente el rumbo mediante una moratoria que no autorizaba hasta 2015 la construcción de nuevos puertos, pero sí la ampliación de los existentes. 
La proliferación de puertos privados llamados “deportivos” y el exceso de embarcaciones de recreo que se usan contados días al año han desfigurado muchos puntos de la costa, en el marco de una actividad constructora primordialmente especulativa cuyo aspecto deportivo resulta irrisorio en comparación con el impacto provocado, en una consagración de la brutalidad urbanística promediada y del hambre de negocio apenas humanizada.
Cuando determinadas construcciones demuestran de forma tan reiterada sus efectos nocivos, desconstruir es la decisión más sensata y por lo tanto la más improbable. Algunas personas son capaces de clavarte un puñalada y pretender que es culpa tuya o incluso que lo hacen por tu bien.

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