La colección más nutrida de cuadros de Velázquez se halla en el Prado, pero su “Venus del espejo” debe contemplarse en Londres (transportada por el duque de Wellington en 1806 tras sus victorias en España) o ahora temporalmente en París, en la exposición que el Grand Palais dedica a 54 telas del pintor sevillano, la mitad de toda la producción de su vida. Se trata de la primera exposición monográfica de este artista en Francia y la primera gran retrospectiva de los últimos 25 años en todo el mundo. Más que por los azules de las Inmaculadas, los púrpuras del papa Inocencio X o las tinieblas de la forja de Vulcano, me he desplazado para admirar de nuevo la “Venus del espejo”, el único y magistral desnudo femenino en toda su obra pictórica. El personaje mitológico de Venus es uno de los más socorridos en la historia de la pintura, por el carácter de la diosa del amor y sobre todo por permitir el desnudo femenino en su esplendor y satisfacer los encargos venales de los compradores. Una de las composiciones más afortunadas de Ticiano es
precisamente el desnudo "Venus con el organista", en el museo del Prado. Pueden contemplarse muchas otras Venus reclinadas in puribus naturalibus, pero en esa de Ticiano el músico de la escena clava por primera vez la mirada de forma inequívoca en el pubis de la modelo, descubierto, sin velos, insinuando el pelo púbico del mismo color que el cabello, como si el organista estuviese tocando una música inspirada en esa visión precisa.
precisamente el desnudo "Venus con el organista", en el museo del Prado. Pueden contemplarse muchas otras Venus reclinadas in puribus naturalibus, pero en esa de Ticiano el músico de la escena clava por primera vez la mirada de forma inequívoca en el pubis de la modelo, descubierto, sin velos, insinuando el pelo púbico del mismo color que el cabello, como si el organista estuviese tocando una música inspirada en esa visión precisa.
Luego Ticiano pintó en 1555 su “Venus del espejo”, cuarenta años más tarde que la que lleva el mismo nombre de Giovanni Bellini, con idéntico recurso a la imagen de espaldas que refleja la cara de la muchacha en el espejo. Rubens pintó otra en 1614. La de Velázquez, posiblemente realizada durante su estancia en Italia entre 1649 y 1651, ha superado en consideración a todas las de los maestros anteriores. Se ha llevado la palma sobre todo en lo referido a la parte posterior del desnudo femenino, el trasero más valorado de la historia de la pintura. Que el cartelito colocado junto al cuadro en esta exposición temporal del Grand Palais parisino diga literalmente que se trata de “la nuca más bella de la historia de la pintura” entra plenamente en el engaño, además del ridículo, dentro de un resoplido indecente de puritanismo.
Claro está que la belleza depende de los cánones culturales de cada época, incluso de la disposición de la mirada de cada observador. Se encarna en formas muy diversas y, naturalmente, opinables en función de la libertad de gustos y sensibilidades. La percepción de la belleza no es obligatoria, universal ni corriente. Tan solo en algunas ocasiones se convierte en una experiencia conmovida, una expresión anhelante del deseo de poseerla o de contrapesar el miedo a echarla de menos, como en este cuadro de Velázquez.
Originariamente colgó en la garçonière madrileña de Gaspar de Haro, igual que otros desnudos femeninos (entre ellos dieciocho ticianos) decoraban el pabellón de caza de Felipe IV en el Pardo. La "Venus del espejo" velazqueña es propiedad desde 1906 de la National Gallery londinense gracias a una suscripción pública del National Art Collectors Found. La iniciativa suscitó una polémica puritana, dado que se trata de un desnudo que expone el trasero con un protagonismo central y reconocido. Para atajar la discusión, el diario The Times recordó que la obra de Velázquez está considerada como “tal vez la más excelente pintura de desnudo del mundo”.
También por eso el 10 de marzo de 1914 la sufragista Mary Richardson atacó al cuadro con un cuchillo de carnicero en la National Gallery. Protestaba contra la detención de su correligionaria Emmeline Pankhurst, pero declaró que había atentado contra el lienzo porque no le gustaba el modo con que los hombres que visitaban el museo quedaban embelesados mirándola. La tela pudo ser reparada de los siete cuchillazos.
La sufragista Mary Richardson, tras cumplir seis meses de detención, se afilió al Partido Laborista en 1919, se presentó a las elecciones al Parlamento en cuatro ocasiones sucesivas y nunca fue elegida. En 1934 se apuntó a la Unión Británica de Fascistas (UBF), publicó la autobiografía Laugh a Defiance en 1953 y murió en 1961.
He viajado a París para contemplar de nuevo la “Venus del espejo” de Velázquez con aquella misma mirada atónita, tierna y seducida que Mary Richardon no soportaba, como tampoco de los redactores de los cartelitos de la actual exposición.
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