17 sept 2015

Ayer me pareció que Carcasona no es solo lo que parece

Ayer paseaba junto a unos amigos en la ciudad histórica de Carcasona con una extraña pero clara sensación ambivalente. No acababa de decidir si no entendía nada o bien si lo entendía demasiado. El día nublado le ponía una luz gris de emociones perdidas, en vez de la claridad solar anhelante. Le di unas cuantas vueltas con los pies, con la mirada, con la curiosidad. La doble sensación no me abandonó, aferrada al cosquilleo del gusanillo del enigma. Al final caí en la cuenta. Se trataba de dos historias paralelas sobre el mismo escenario, cuya fricción originaba aquella sensación de extrañeza, de realidad velada, de verdad
subterránea.
En 1855 el gobierno francés encargó al arquitecto Eugène Viollet-le-Duc que restaurase en tierra de cátaros los 3 kilómetros de muralla y las 52 torres de la ciudadela medieval de Carcasona, el recinto fortificado más extenso de Europa, cuando la población ya se había trasladado a la nueva villa baja. Las obras se alargaron hasta 1913, para rehabilitar de forma brillante una ciudad vacía. Ni entonces ni hoy nadie entiende del todo qué simboliza la flamante ciudadela restaurada. Su historia no siempre casa con la historia oficial. 
Los 50.000 habitantes de la ciudad actual se lo miran desde abajo. Los 3 millones de visitantes anuales de la ciudadela pasean sin hacer preguntas, como si se tratase de un monumento afásico destinado a parque de atracciones medieval. En el fondo todos sabemos en silencio que la ciudadela de Carcasona simboliza una de las peores salvajadas de la historia europea, de la que el sur francés no se ha recuperado nunca, relegado desde entonces a un rango subalterno. 
La pequeña ciudad de Carcasona es la capital del departamento del Aude, que engloba igualmente a Narbona y Limoux. Toma el nombre del río Aude, que lo atraviesa tras nacer en el Pirineo. Se trata del primer territorio occitano limítrofe con el Rosellón catalán, sobre la divisoria histórica del dominio lingüístico que se sitúa en el castillo de Salses y la sierra de las Corberas. Se encuentra a 300 km de Barcelona, 100 km de Toulouse y 770 km de París. 
Los condados occitanos estaban coaligados con el de Barcelona a través de alianzas matrimoniales. Ermessenda de Carcassona, por poner un caso, fue a partir del año 991 la esposa del conde Ramón Borrell de Barcelona y “la mujer más poderosa de la historia de Catalunya”, según el subtítulo de la serie de ficción que le dedicó TV 3 el año 2011, reemitida en 2014. 
La misma política sería mantenida por el rey Pedro I de Catalunya-Aragón. Su hermana Leonor se casó el año 1200 con el conde Ramón VI de Toulouse y él mismo en 1204 con la reina María de Montpellier. Pero la derrota de Pedro I en la batalla de Muret marcaría en 1213 la historia del sur europeo. Significó el final de la alianza transpirenaica de la corona catalano-aragonesa con los extensos y avanzados condados occitanos, que se vieron incorporados por la fuerza militar a la órbita del rey de Francia. 
La cruzada del rey francés Felipe Augusto y del papa Inocencio III contra los cristianos disidentes albigenses o cátaros del Languedoc y Aquitania utilizó un pretexto religioso para la guerra de apropiación territorial de los señores feudales del norte contra los del sur. Fue la única cruzada interior, en tierra cristiana, y acabó de modo sanguinario. Pedro I perdió la partida, la vida y la relación secular catalano-occitana. Su hijo, Jaime I, tuvo que proyectar en adelante la política hacia el sur peninsular. 
Era la primera vez que el rey de Francia intervenía militarmente al sur del Macizo Central. Hasta entonces su pugna territorial se había concentrado al oeste contra los Plantagenets y al este contra el Sacro Imperio Germánico. De hecho seguía en ello, por eso no encabezó las huestes contra el condado de Toulouse y delegó el mando en un vasallo, el señor feudal Simón de Montfort. 
En 1212 las tropas del rey de Francia, el capeto Felipe Augusto II, invadieron el territorio occitano del conde de Toulouse Ramón VI (casado con Leonor de Aragón), un amplio territorio que escapaba a la jurisdicción del monarca del norte y asentaba una coalición que se extendía del Ebro hasta el Ródano y los Alpes. La excusa de la cruzada contra los albigenses o cátaros, cristianos disidentes occitanos que a su vez escapaban a la jurisdicción del Papado, fue usada para la guerra de expansión territorial, acompañada por la represión feroz que dejaría como legado un resentimiento larvado. 
El Languedoc reunía en aquel momento las provincias extensas, aunque ni mucho menos las más ricas. El departamento del Aude, con capital en Carcasona, es el segundo más pobre de Francia. Cerca de la ciudad subsisten las ruinas de los castillos cátaros, no restaurados como la ciudadela de Carcasona. 
La pequeña ciudad actual va tirando, a un ritmo muy lánguido. Más que por la ciudadela restaurada, para mi Carcasona es la ciudad de dos grandes escritores modernos, como si fuesen sus dos cisnes internos. Joseph Delteil, nacido en 1894 en un pueblo de la comarca, escribía poesía en occitano de jovencito, antes de subir a París y publicar libros como Le Coeur Grec, Sur le Fleuve Amour, Perpignan o Jeanne d’Arc (llevada al cine en 1928 por Carl Dreyer). A partir de 1937 se instaló en su "Delteillería" de Grabels, cerca de Montpellier, donde murió en 1978. 
Sobre la tramontana, Deteil escribió en el libro Perpignan: “Es uno de los grandes vientos del mundo, auténtico hermano del mistral. Todo el mundo que lo haya sentido en las piernas y los tobillos allá por el paso de Salses un día bien elegido guardará su recuerdo hasta el fondo de la eternidad. Tengo por el viento más que amor: una pasión particular. Me gusta que me sacuda los huesos, que me revuelva las tripas, me gusta que me limpie el alma a orillas del mar, él que tiene su fuente en pleno corazón del firmamento. ¡Siempre más! Dicen que deprime, a mi me embriaga; dicen que enferma, a mi me apuntala. Completa, alimenta la corona. Es el acento tónico de la vida”. 
El otro gran escritor de la comarca es el poeta “surrealista mediterráneo” Joë Bousquet, nacido en Narbona en 1897. Vivió en Carcasona, en silla de ruedas y sin salir apenas de casa, a partir de la herida de guerra sufrida en 1918 hasta su muerte en 1950. 
Escribía Bousquet: “La poesía no es el reflejo del hombre, contiene el peso de su existencia y las marcas de su destino. La vida prosigue en esta habitación de Carcasona, la luz de la lámpara, las cortinas corridas, encogido en un rincón, con los ojos abiertos por este dolor excesivo que sube por el cuerpo y una pipa de opio al alcance de la mano para luchar en su contra. Sobrevivir, superar, pasar por encima, vivir en el vacío, saber en propia carne que todos los fuegos cantan sobre la superficie del mar, que el hombre está solo, solo con aquello que le arrastra pero no le aísla, que le sitúa más que nunca entre los hombres, un hombre muy distinto, un hombre perro, más que un hombre, menos que un hombre, el último de los hombres y el mejor de los perros”. 
Joseph Delteil y Joë Bousquet, en Carcasona, me interesan bastante más que la ciudadela. Son la ciudadela real.

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