12 oct 2015

Un clásico de Chéjov en el Théâtre de l’Odéon parisino, la idea era buena

Me apetecía volver a ver sobre el escenario al actor y director franco-español Ariel García-Valdés –que vivió una recordada etapa barcelonesa en el Lliure y el TNC—y creí que una nueva versión del clásico “Ivanov”, de Antón Chéjov, en el Théâtre de l’Odéon parisino constituía una ocasión golosa. Asistí a la representación del pasado viernes y me aburrí mucho. El Odéon, especializado en montajes teatrales internacionales más innovadores que los de la vecina Comédie Française, no es el de los tiempos gloriosos dirigidos por Giorgio Strehler y a continuación por Lluís Pasqual. La dirección de este “Ivanov” resulta insustancial. Al protagonista masculino, en el papel de hombre inapetente, ni se le oye. La protagonista femenina, confiada en su popularidad cinematográfica y televisiva en Francia, se libra al cabotinage, a la actuación sin genio. Ariel García-Valdés, en el papel de conde Chabelsky, recurre a la extroversión –por no decir al histrionismo-- de “característico” franco-español. La puesta en escena es de una platitud impropia de la casa. El montaje consigue hacer a Chejov ininteligible y laminar la viveza del teatro en una sala legendaria. En cualquiera de las concurridas esquinas del Barrio
Latino me pareció ver, a la salida, teatro más vivo que en el escenario de esta producción.
Me gustó volver a ver en acción a Ariel García-Valdés, lo reconozco. Por eso iba, y por París. Darse de vez en cuando una vuelta por París, con el pretexto que convenga, debería ser como una vacuna estacional recomendada y cubierta por la Seguridad Social. Siempre sirve de algo, aunque que no sea exactamente para lo previsto. A mi me funciona. 
La obra significó en 1887 el primer triunfo teatral de Antón Chéjov, cuando aun no se había producido la Revolución rusa, él no alcanzaba los treinta años y no era un autor reconocido. Hoy “Ivanov” figura junto a “La gaviota”, “El huerto de los cerezos”, “Tío Vania” o “Las tres hermanas” en el palmarés más clásico del dramaturgo y narrador. El apellido Ivanov es muy corriente en Rusia. En esta obra encarna la historia de un pequeño propietario rural, el antihéroe inmerso en el inmovilismo y el tedio, desinteresado incluso de la agonía de su esposa enferma. El melodrama se urde cuando la joven hija de un propietario vecino se enamora de Ivanov y se propone redimirlo del pesimismo con la fuerza del amor. Ivanov duda, incapaz de apasionarse. 
El papel relativamente secundario del conde Chabelsky recae en Ariel García-Valdés. Retorna con esta ocasión al Odéon, tras el éxito que cosechó en 2006 junto a Isabelle Huppert en el papel de Valmont del "Quartett", de Heiner Müller, basado en Les liaisons dangereuses, dirigido por el norteamericano Robert Wilson. 
El Odéon es una institución desde antes de levantar el telón. Inaugurado en 1782 como teatro más amplio de París (1.913 localidades), Sarah Bernhardt debutó aquí en 1866, antes de ingresar en la Comédie. La sala fue dirigida con marcada personalidad por Jean-Louis Barrault de 1959 a 1968. Se convirtió en teatro nacional en 1971 y en Odéon-Théâtre de l’Europe en 1983, a raíz de la propuesta de Giorgio Strehler al ministro socialista de Cultura Jack Lang para acoger o coproducir montajes destacados de todo del continente. Giorgio Strehler fue relevado en la dirección a partir de 1990 por Lluís Pasqual, durante seis años. 
Los montajes del Odéon destacan habitualmente por el despliegue de calidad. En esta ocasión dieciocho actores en escena, dirigidos por Luc Bondy, con Micha Lescot en el papel protagonista, su musa habitual Marina Hands en el de esposa y Marie Vialle en el de Babakina, la muchacha que exclama: “Se lo ruego, se lo suplico, por una vez, por una sola vez en su vida, a modo de curiosidad, para sorprender o para causar risa, reúnan sus fuerzas e inventen todos juntos algo espiritual, brillante, digan lo que quieran, incluso si es insolente o vulgar, mientras sea ingenioso y nuevo”.





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