La periodista Eva Vázquez publicó domingo 20 de diciembre en las páginas de Cultura del diario El Punt-Avui una crítica sobre mi último libro Elogi i refutació de la tramuntana. Bajo el título “Noticias del país del viento”, decía: “Escribir un libro sobre la tramontana comporta unos cuantos peligros que tumbarían a más de un cronista inexperto. Uno de ellos es la tentación del localismo, el afán de circunscribir este viento a un ámbito geográfico tan escogido que lo acabase convirtiendo en una especie de idiolecto atmosférico. Otro riesgo no menor sería el abuso del subrayado, del recurso al superlativo para intentar transportar literalmente su magnificencia huracanada al estilo. Uno fatal, en fin, sería además aburrir al lector con la adopción de un punto de vista de jefe de estación meteorológica. Xavier Febrés (Barcelona, 1949), que no es ningún principiante, no cau en el error, y su Elogi i refutació de la tramuntana, publicado en la colección Josep Pla de la Diputación de Girona, debe considerarse a partir de ahora como el libro mejor compuesto y razonado sobre el tema, la Guía Michelin de nuestro viento más indómito y
controvertido.
controvertido.
No es la primera vez que Xavier Febres se rinde a los efectos de este viento que, como bien dice, tiene la virtud de hacerse visible y del que se declara firme partidario frente a quienes aprecian los cielos lacrimosos y plúmbeos. En 1995 ya publicó, junto al biólogo Josep M. Dacosta –que ahora firma las fotografías--, un librito igualmente atípico, La tramuntana, en los Quaderns de la Revista de Girona que edita asimismo la Diputación, pero en aquellas páginas no agotó todo lo que tenía por decir sobre este “lujo biológico” rutilante y fascinador y durante años no ha cesado de darle vueltas mientras peregrinaba a los parajes más expuestos a sus efectos, desde el Coll del Frare, en Port Bou, el cerro donde los anemómetros se tornan salvajes, hasta el cabo Béar, en Port-Vendres, o los acantilados de Menorca. Es decir, del Empordà –faltaría más—hasta el Rosellón i las Islas, las regiones donde históricamente tiene mayor prestigio, con incursiones puntuales al Castillo de If, las Montañas Rocosas, el desierto de Argelia o los Alpes suizos.
De tanta variedad podría haber salido una obrita blanda y fluctuante, muy poco digna del vigor de este viento, y en lugar de eso Xavier Febrés aborda el tema no solo con una alta claridad y precisión, sino con un mesurado aliento lírico que colorea el paisaje sin saturarlo.
Para conseguirlo se sirve de tres fuentes básicas: la literatura, la ciencia y la autobiografía. De las tres, la más rica es la tercera, la que propicia la adjetivación redonda (“ampulosa”, “sobreactuada”, con una “luminosidad barroca”) y la imagen brillante, equiparándola con un “dandismo atmosférico”, un “lujo biológico, pneumofílico y vital”, un “movimiento de la materia cargado de habilidad expresiva”, un viento en fin que “desnuda de metáforas a las siluetas del paisaje”, por más que sus detractores le atribuyan una “dramaturgia de mausoleo” y sigan viéndolo como “un viento de novela policiaca”.
La segunda parte del libro, “La tramontana de los demás”, en cambio, adopta un tono más periodístico, de compendio de textos literarios y médicos que han inspirado sus golpes furiosos, desde Josep Pla y Fages de Climent a los menos previsibles Vladimir Nabokov, que tuvo que abandonar el balneario del Boulou en que se alojaba en 1929 porque no la podía sufrir, o Bohumil Hrabal, arañado por una ventolera en Cadaqués en 1993”.
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