Ayer recorrí de nuevo con amigos la intensa luz amarillenta del monasterio de Poblet, en la comarca tarraconense de la Conca de Barberà, cuyas viejas piedras ofrecen cada día un aspecto más flamante, pulido, funcional y activo. No se trata tan solo del convento de 32 monjes cistercienses. La condición de conjunto monástico más extenso de Europa y el rango de panteón real de ocho monarcas de la corona de Aragón favorece un prestigio monumental que ha costado mucho dinero público restaurar. En un extenso reportaje de Eduard Voltas publicado en el semanario El Temps de 24 de junio de 1996, el autor le decía al abad
Maur Esteva: “Han conseguido centenares de millones de pesetas de los poderes públicos, y decimos centenares conscientes de que seguramente nos quedamos cortos”.
Maur Esteva: “Han conseguido centenares de millones de pesetas de los poderes públicos, y decimos centenares conscientes de que seguramente nos quedamos cortos”.
Fue fundado en 1150 en tierras donadas por el conde de Barcelona y príncipe de Aragón Ramón Berenguer IV a los monjes para que las repoblasen tras la conquista y expulsión de los musulmanes. Revirtió al patrimonio público a raíz de la Desamortización de 1835, después de largos siglos de dominio feudal monástico sobre la economía de la comarca. Ahora vuelve a ser regentado por la orden del Císter, desde 1940.
Dos años más tarde el gobernador civil de Tarragona compró las tierras de los alrededores para los monjes y a partir de 1946 el ministro de Educación, Joaquín Ruiz Giménez, inició la subvención pública de la restauración. En 1952, en una ceremonia presidida por el general Franco bajo palio, se trasladaron de nuevo a Poblet los restos de los monarcas catalano-aragoneses que habían recibido sepultura aquí, a partir del momento en que Pedro III el Ceremonioso eligió este monasterio como panteón real de la corona confederada. En 1952 una ley estatal cedió en usufructo la propiedad pública del conjunto de Poblet a los monjes por un período de 99 años.
Los primeros panteones reales de Poblet fueron mandados construir en 1359 por el rey Pedro el Ceremonioso con alabastro de Beuda (cerca de Banyoles), sobre arcos de piedra entre pilastras de la nave de la iglesia. En el momento de la Desamortización y partida de los monjes en 1835, el monasterio y los panteones reales fueron saqueados. Los contenidos óseos de las tumbas quedaron esparcidos y entremezclados por el suelo, especialmente los de los monarcas Jaime I el Conquistador, Pedro III el Ceremonioso, Juan I el Cazador y sus consortes.
El rector de la parroquia vecina de L'Espluga de Francolí recogió los fragmentos desparramados, los trasladó en carro hasta este municipio y los emparedó en la iglesia. En 1843 los restos de Jaime I fueron trasladados a la catedral de Tarragona y en 1952 de nuevo a Poblet, cuando el escultor Frederic Marés recibió el encargo de reconstruir los sarcófagos de alabastro.
La autenticidad del contenido y por lo tanto el carácter de “tumbas reales” de los panteones de Poblet ha sido desmentido de forma reiterada. La amalgama de fragmentos óseos no corresponde, después de múltiples saqueos y traslados, a los monarcas honrados nominalmente. El simbolismo monumental se basa en la historia nacional que se desea enaltecer, no en la realidad vista con criterios de hoy.
Actualmente Poblet recibe unos 300.000 visitas anuales. Sus ocho hectáreas de viñedo son explotadas por la empresa Codorniu. La nueva hospedería de 48 habitaciones se ha construido en un edificio independiente, con presupuesto estatal que superó los 6 millones de euros, y cedida en gestión a los monjes.
El Palacio del Abad acoge des de 1981 el archivo del presidente Tarradellas. Adujo que este monasterio es el panteón de los soberanos de la corona de Aragón y representa la continuidad histórica de las instituciones catalanas, aunque el argumento no convenciese a todo el mundo y se le supusiesen segundas intenciones contra otras instituciones catalanas consolidadas, monásticas o civiles. Nació literalmente de la nada entre el escepticismo general –y en
algunos casos la hostilidad-- sobre el futuro de la iniciativa.
El extraordinario despliegue registrado por el archivo Tarradellas de Poblet en fondos propios digitalizados, instalaciones y uso público ha contado con el apoyo de los abades, de la Diputación de Barcelona, de Josep M. Bricall como miembro activo del patronato desde el primer día y, muy en especial, con la dedicación titánica y discretísima de la directora Montserrat Catalán a lo largo de estos últimos 34 años, durante las que ha sido capaz de recorrer cada día en coche particular el trayecto de 125 km que separan su domicilio familiar en Barcelona de Poblet, ir y volver.
El Archivo Montserrat Tarradellas i Macià es hoy una pequeña joya del país. También acoge desde 1999 los archivos en copia microfilmada de la casa ducal de Medinaceli referidos a sus numerosos dominios nobiliarios en Catalunya, unos de los fondos archivísticos más importantes del mundo occidental, de un ámbito cronológico de diez siglos a partir de los primeros condados carolingios catalanes. La elección de Poblet estaba justificada por la existencia del panteón real de la corona de Aragón y la tumba de distintos linajes integrados en la casa ducal de Medinaceli, pero también se debió a la experiencia previa en el mismo recinto del Archivo Montserrat Tarradellas i Macià.
La enésima y reciente donación de los fondos documentales personales del hispanista británico Paul Preston al archivo tarradelliano de Poblet ha venido a engrosas una insospechada lista de legados recibidos, enumerados en el web del centro. La directora Montserrat Catalán es hoy un pozo sin fondo (mejor dicho, con muchos fondos) de conocimientos de todo tipo.
También aprendió del presidente Tarradellas –así como de Josep M. Bricall-- un sentido exacerbado de la discreción. No se relaja ni ante los magníficos guisos de la Fonda dels Àngels de Montblanc, otra auténtica institución del país. A ella y sus invitados nos gusta ir a comer a este establecimiento para asombrarnos de forma privada, laica y exultante, incluso más que ante las tumbas reales, a propósito de un determinado concepto de continuidad institucional y calidad de gestión.
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