El día de San Juan no es festivo en Francia, de modo que los diputados de la nueva región administrativa nacida de la fusión entre las dos anteriores del Languedoc-Rosellón (capital Montpellier) y Mediodía-Pirineos (capital Toulouse), dentro de la reorganización general dictada por el gobierno de París, votaron ayer que llevará por nombre Occitania. El problema es que de los 13 departamentos que engloba la nueva macroregión hay uno (el último del mapa francés) que siempre ha sido catalán y no occitano. El Rosellón (junto con las comarcas vecinas del Vallespir, el Conflent, el Capcir y la Cerdaña) llevó siempre este nombre, también después de la anexión a Francia por el Tratado de los Pirineos de 1659. En la actualidad algunos lo llaman Catalunya del Norte. La Revolución Francesa de 1789 lo rebautizó administrativamente con el nombre geográfico de Pirineos Orientales, dentro de la tendencia general del momento. Su capital departamental es Perpiñán, que reúne alrededor de ella
más de la mitad de los 452.000 habitantes del departamento. Su peso dentro de la región administrativa del Languedoc-Rosellón ya era reducido, pero al menos el nombre reconocía la diferencia obvia entre languedocianos (occitanos) y catalanes. A partir de ahora ya no será así.
más de la mitad de los 452.000 habitantes del departamento. Su peso dentro de la región administrativa del Languedoc-Rosellón ya era reducido, pero al menos el nombre reconocía la diferencia obvia entre languedocianos (occitanos) y catalanes. A partir de ahora ya no será así.
El Rosellón pasa a formar parte de la región bautizada Occitania, con tan solo 452.000 de los 5,7 millones de habitantes regionales y tan solo 4.116 km2 de territorio sobre 72.724 km2 (la segunda macroregión más extensa del Hexágono francés, dos veces mayor que Catalunya o Bélgica).
El nombre fue sometido a votación popular por Internet el 9 y 10 de junio, con cinco posibilidades distintas: Languedoc, Languedoc-Pirineos, Occitania, Occitania-País Catalán (la defendida por los roselloneses) y Pirineos-Mediterráneo. La participación fue mínima: 204.000 personas de las 5,7 millones posibles. El nombre de Occitania recibió una amplia mayoría del 45% de los sufragios, dentro de la desproporción de población apuntada más arriba. Los diputados regionales avalaron ayer la elección, que deberá ser revalidada por el Consejo de Estado y el gobierno central el 1 de octubre.
El departamento rosellonés y por consiguiente catalán de los Pirineos Orientales (capital Perpiñán) mantendrá este nombre, aunque formará parte de la región denominada a partir de ahora Occitania. Además, los departamentos franceses están llamados a desaparecer antes del 2020 por la reforma administrativa en curso.
Formar parte de Occitania no sería ninguna deshonra si eso correspondiera a alguna realidad histórica, cultural, geográfica o humana. No es el caso. Los roselloneses de hoy se definen a sí mismos como catalanes, por contraste con los vecinos “gabachos” del Languedoc occitano. El Ayuntamiento de la capital rosellonesa denomina a la ciudad en su literatura oficial “Perpiñán la catalana”.
Occitania es, por su lado, una identidad histórica muy diversa y en la actualidad desdibujada, hasta que esta última reforma administrativa del gobierno central ha colocado el nombre en primer término, solo el nombre.
El gran sur del Mediodía francés siempre ha sido un concepto dejado en la indeterminación por conveniencias políticas jacobinas o centralistas. Visto desde París, Francia se compone de 12 millones de residentes en el Gran París y 44 millones de provinciales.
El Mediodía existe, pero no tiene una definición clara. No la tiene deliberadamente. La “departamentalización revolucionaria”, la nueva estructura territorial en departamentos creados por la Revolución, se preocupó de borrar las regiones históricas, vistas como vestigios del antiguo régimen y posible foco de resistencias antirepublicanas, antiuniformizadoras, antimodernas.
La Occitania histórica (el territorio en que se hablaba occitano o lengua d’oc, no francés o lengua d’oil) engloba toda la mitad sur de Francia, del Atlántico al Mediterráneo, del Macizo Central a los Pirineos y los Alpes, una extensión incomparable con la de otros dominios lingüísticos minorizados. Congrega actualmente a 14 millones de habitantes, del los que unos 2 millones hablan occitano.
Sin embargo Occitania no existía hasta ayer en la realidad oficial. Era una resonancia histórica recuperada por el regionalismo moderno y combatida por quienes que ponen el acento en el desdibujamiento de una área histórica que se han ocupado previamente de desdibujar. Occitania se compone geográficamente de siete grandes regiones: Gascuña (el sur de Aquitania, con las ciudades de Pau y Tarbes), Guyena (Burdeos y el resto de Aquitania), Lemosín (capital Limoges), Alvernia (Clermont-Ferrand), Delfinado (Grenoble y Viena del Delfinado), Provenza (Marsella, Aix, Arles) y Languedoc (Toulouse, Nimes, Montpellier, Narbona, Carcasona). La siguiente ciudad en dirección a los Pirineos, Perpiñán, era y es catalanoparlante y nunca ha tenido nada de occitana.
La minorizada lengua occitana está formada por el provenzal, el gascón, el alvernés, el lemosín y el languedociano. Fue lengua literaria, administrativa y jurídica durante toda la Edad Media, en competencia con el latín. Era la lengua de cultura de los trobadores. Pero Occitania no ha tenido nunca unidad política ni territorial, más allá del alcance geográfico su lengua.
Ni antes ni después del desenlace de la batalla de Muret en 1213, que puso fin a la alianza entre el condado de Toulouse y la corona de Aragón, no surgió ahí ningún intento coagulador territorial o político comparable a la tarea llevada a cabo por los reyes Capetos en el norte. Occitania es un país que no fue. La aparición el siglo XIV y XV de órganos de gobierno regional, como el Parlamento de Toulouse, respondía a la voluntad de la monarquía central de delegar una capacidad de administración sobre el terreno que por sí misma aun no tenía. No se derivó ninguna oposición al vasallaje ante París, en el que los señores locales encontraban suficientes ventajas.
Aludir hoy al contraste entre el norte y el sur francés es casi una herejía, como la de aquellos cátaros vencidos, aunque el contraste exista. Francia también tiene su “cuestión meridional”. El profesor occitano Robèrt Lafont abrió una parte del camino en 1954 con el libro Mistral ou l’illusion, en 1967 con La révolution regionaliste y en 1968 con Sur la France. Más adelante, desencantado y lúcido, escribió en 2006 el postfacio a las 1.500 páginas del libro La il.lusió occitana, del profesor August Rafanell.
La hegemonía del centralismo francés siempre ha querido limitarse a un puñado de tópicos a propósito del sur. Se avinieron a ello autores meridionales como Alphonse Daudet, Frederic Mistral, Marcel Pagnol o Jean Giono: el exotismo epicúreo del canto de las cigarras, el rústico aroma de ajo y lavanda, el juego de la petanca en las plazas sombreadas por los plátanos... El premio Nobel de Literatura concedido a Frederic Mistral en 1904 coronó de hecho una literatura a-histórica, un idealismo provenzal o occitano desligado de la sociedad de su época. Frederic Mistral se negó a dar su apoyo a la extensa revuelta de los viticultores meridionales de 1907, es decir al Midi rouge.
Si con anterioridad al día de ayer y durante largos siglos hubieran dicho a los roselloneses catalanes que formarían parte de Occitania, no se lo hubieran creído. A partir de ayer es un hecho administrativo, como lo fue su incorporación a Francia en 1659.
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