“Una mar de viñas” es el título de la exposición temática abierta hasta el 11 de setiembre en el yacimiento de Empúries, dirigida por el arqueólogo Quim Tremoleda (al mismo tiempo flamante alcalde de su localidad natal ampurdanesa de Lladó desde este mes de julio). Expone con recursos escenográficos una antigua bodega, una prensa, un fragmento de barco romano cargado de ánforas o una taberna para ilustrar ante la mirada del visitante actual la importancia histórica del cultivo de la viña. Lo hace con el sesgo, el favoritismo hacia el mundo romano que predomina en este yacimiento, en detrimento del mundo ibero local y de la anterior presencia griega o incluso fenicia, sin duda menos extensa y más difícil de estudiar, quizás por eso
dejada injustamente en un plano secundario.
dejada injustamente en un plano secundario.
La viña es en su origen una liana salvaje cuyo fruto era conocido desde la más remota antigüedad, mucho antes de los romanos. En el Neolítico, entre el año 7.000 aC y el 4.000 aC, el hombre primitivo aprendió con el fuego a cocer, calentarse y vencer la oscuridad. Con la caza, la pesca y los primeros cereales empezó a consolar el hambre y con el aceite a condimentarla. Pero con el vino aprendió a soñar, incluso a ganarse la vida.
Sin el vino no nos habríamos civilizado igual. Cuando el hombre prehistórico convirtió una liana salvaje en viña y vinificó por fermentación el jugo de la uva, culminó su primera embriaguez y entendió que la tierra puede tener una sangre alegre, energética, redentora de las penas. El vino fue visto como un fluido vital igual que la sabia, el esperma, la leche o la sangre. A la vez descubrió el sentido de culpa, la resaca, el remordimiento. Y también el comercio.
Los hombres del Neolítico conocían las bebidas fermentadas de cereales (cerveza), de miel (hidromiel) y de fruta (uva). Algunos rastros de componentes del vino como el ácido tártrico han sido encontrados en jarras de cerámica del 7.500 aC, así como pepitas de uva fosilizadas. La sedentarización favoreció que la parra salvaje de la Vitis vinífera, aprovechada sobre todo como fruta, se convirtiese en plantación de viña (en la modalidad de pérgola o bien a ras de suelo) en Mesopotamia, Anatolia, Próximo Oriente, Egipto y, a partir del 3.000 aC, en Grecia.
Los navegantes fenicios difundieron por el Mediterráneo el vino, los navegantes griegos el cultivo de la viña y los colonizadores romanos los nuevos mercados. La secuencia histórica de la viña en Empúries y el Mediterráneo en general no comenzó con los romanos, aunque ellos la convirtieran aquí en el primer boom económico de exportación.
El efecto embriagador del consumo de jugo de uva fermentado se asoció en seguida a rituales místicos y entró en la mitología occidental de la mano del dios griego Dionisio (transformado en Baco por los romanos) o como alegórica transustanciación de la sangre de Cristo según la nueva secta de los cristianos. Una vez iniciada nuestra era con la colonización romana, la viña se consolidó como cultivo extensivo en múltiples puntos de Europa, en particular en el contorno mediterráneo.
La excavación a raíz de las obras de la futura estación del tren AVE en el barrio barcelonés de La Sagrera de una extensa villa romana con bodega dotada de once prensas de vino también ha permitido documentar con más detalle la especialidad de producir y exportar vino de la Barcino romana del siglo I, en colaboración con la fábrica de envases que era Betulo (Badalona), capaz comercializar 1.800 ánforas de 26 litros por mes. En efecto, en época romana este era un país recubierto de viñedos, un mar de viñas, pero el vino era una producción que ya llevaba siglos –¡milenios!-- desplegándose a lo largo del Mediterráneo. La colonización romana fue incomparablemente más honda que la de los iberos, los fenicios o los griegos en nuestro territorio, pero no todo lo inventaron los romanos.
Empúries es un punto privilegiado para recordarlo. Las excavaciones iniciadas en 1908 por la Mancomunitat sirvieron más para reconocer socialmente la importancia del yacimiento que para estudiarlo, explicarlo y presentarlo. Eso, más de cien años después, sigue pendiente en más de un ochenta por ciento.
No ha tenido suficiente con tratarse de un caso único de yacimiento arqueológico con cien años seguidos de relativa excavación oficial, un asentamiento con mil años de historia antigua ininterrumpida, uno de los museos más visitados de Catalunya, la mayor colonia griega de la Península Ibérica y casi la única confirmada arqueológicamente, el punto por donde entró la moneda y se inició la romanización de toda Hispania.
La ciudad romana de Empúries fue de menor dimensión que Tarraco. En cambio la anterior ciudad griega emporitana es una de las pocas localizada en la Península Ibérica y adquiere por ello una importancia de primer orden. A través de Empúries la civilización de los griegos desplegó anteriores aportaciones embrionarias de los fenicios como la economía monetaria, una primera noción de urbanismo, los conocimientos agrícolas que permitían la extensión de cultivos como la viña y el olivo, o técnicas modernas como el torno de alfarero para la conservación y transporte de las cosechas, en vez de fabricar toda la cerámica rudimentariamente a mano.
Los griegos hicieron entrar a los iberos de Empúries en la economía y la cultura global mediterránea, dentro de un paso de gigante civilizatorio, a escala de esta pequeña ciudad. Pese a la importancia de la encrucijada, sobre los griegos de Empúries no se sabe prácticamente nada después de los primeros cien años de excavaciones.
Hoy el nombre de Empúries engloba tres realidades diferentes: el núcleo de 60 casas de residencia secundaria y restaurantes de Sant Martí d'Empúries (la invocación a San Martín se añadió en el siglo XVI), el yacimiento arqueológico delimitado a partir de 1908 y, finalmente, el entorno de fincas particulares y la fachada marítima de playas y dunas. El marco paisajístico resulta tan importante como el yacimiento y quizás más evocador.
Desenterrar Empúries y proyectar sobre la historia del lugar la luz de hoy no es solamente una tarea científica, también una responsabilidad de aquella administración pública renovada que planteó la Mancomunitat más de un siglo atrás y que solo se ha cumplido en pequeña parte. La arqueología es una ciencia interpretativa en que aquello que importa no son solamente las piezas halladas por los excavadores, sino cómo se explican, cómo se contextualizan para ilustrar un período del pasado. La pieza física por sí sola suele ser un objeto mudo, inerme, opaco. Solo le da vida la explicación que le otorgan los conocimientos y la visión actuales.
Desenterrar un yacimiento no consiste en sacar la tierra que lo recubre, sino sobre todo darle una explicación documentada e inteligible para los visitantes de hoy, ya sea con la presentación estable del yacimiento o con exposiciones temporales como esta de ahora “Un mar de viñas”, más concretamente de viñas romanas.
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