No tengo el gusto ni la necesidad de conocer personalmente a la profesora Bramon. Ignoro en qué juego de capilletas, simpatías o antipatías se sitúa o deja de situarse y si esta es la causa de las diatribas recibidas por su último libro L’islam avui, que acaba de publicar la editorial barcelonesa Fragmenta. En cambio, he leído con el máximo interés el libro en cuestión y los anteriores suyos. Me han parecido más instructivos, trabajados y ecuánimes que los de otras autoras meramente libelistas, como Pilar Rahola cuando
publicó La República Islámica de España.
publicó La República Islámica de España.
Tal vez el principal y aberrante problema es que la profesora Bramon sea arabista e islamóloga, es decir estudiosa y profesora en la Universitat de Barcelona del mundo árabe y el islam, en particular del pasado islámico de las tierras catalanoparlantes. Trabaja en la línea de ilustres arabistas catalanes contemporáneos, como los profesores Joan Vernet o Pere Balañá, por no alargar la lista.
Desde el capítulo introductorio de su nuevo libro, Dolors Bramon establece: “Mucha gente –musulmanes o no— ignoran que algunas de las indicaciones que más veces aparecen en el Corán son precisamente el verbo razonar, pensar, reflexionar o similares”
Hacia el final del libro, en la página 220 añade: “Así las cosas, creo que vale la pena replantearse si las ideas que circulan entre la mayoría de los occidentales sobre el islam tienen un fundamento verdadero o si bien no pasan de ser meros tópicos. Es evidente que lo mismo debe decirse de la imagen que tienen buena parte de los musulmanes sobre eso que llamamos Occidente”.
No se trata de un debate entre razón y fe, sino de permeabilidad entre diferentes sensibilidades, espíritu de convivencia, controversia pacífica y apertura mental frente al dogmatismo inquisitorial, el integrismo excluyente, la rigidez conservadora. Sin respeto mutuo no hay convivencia, y en este punto las religiones han dado generalmente un pésimo ejemplo.
Sin espíritu crítico no hay modernidad. La razón, la libertad de pensamiento, el valor de la crítica, la renovación de las interpretaciones de los dogmas y, por vía de consecuencia, de las estructuras sociales de gobierno, se ven favorecidas por la lectura de este libro.
La tarea de la profesora Bramon no merece los ataques insidiosos recibidos (la reseña incendiaria de Jordi Galves se titula directamente “¿Cómo no prohíben este libro?”) ni necesita mi defensa. Lo que necesita es que suban los índices de lectura, del país en general y de su último libro en particular.
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