Cuando el intrépido y culto emperador romano Adriano viajó a Grecia y visitó el oráculo más famoso en el templo de Delfos, al pie del monte Parnaso, le preguntó sobre el viejo misterio de dónde nació el gran poeta Homero. Las sibilas se lo sacaron de encima con las habituales respuestas oblicuas y todavía en la actualidad lo seguimos ignorando. Los incontables estudios de los últimos treinta siglos no han sido suficientes para aclararlo, como tampoco para marchitar el interés que siguen despertando sus dos epopeyas poéticas de la antigüedad, la Odisea y la Ilíada. Los aedos o recitadores como Homero cantaban de ciudad en ciudad las aventuras legendarias de los héroes de un pasado lejano y mítico. La Ilíada o poema de Ilión --es decir de Troya-- no relata los años del asedio de la ciudad, sino un episodio de aquella guerra que dura apenas 51 días. Tiene 12.007 versos, más lineales en cuanto a escenario y técnica narrativa que los 15.693 de la Odisea o poema de Odiseo --forma original griega del nombre de Ulises--, en su nostos o
retorno desde el asedio de Troya a casa en la isla de Ítaca, después de veinte años de ausencia.
retorno desde el asedio de Troya a casa en la isla de Ítaca, después de veinte años de ausencia.
Compuestos de forma oral mucho antes de ser transcritos per recopiladores posteriores, esas dos grandes obras implican un gran conocimiento del arte de producir poesía épica popular, utilizar recursos estilísticos tradicionales --como los epítetos que subrayan el nombre de cada persona— y al mismo tiempo imprimir a la larga narración un ritmo ágil gracias a nuevas fórmulas. Fueron compuestos en una variante literaria del griego hablado, a fin de encajar la complejidad de la versificación en hexámetros.
La Odisea y la Ilíada se refieren a hechos legendarios acontecidos cuatro siglos antes. Tampoco se ha podido demostrar hasta hoy que aquellos hechos se produjesen en realidad. La gran diferencia con las epopeyas de otras culturas antiguas es la ausencia de finalidad religiosa, providencial o sobrenatural. Los dioses y los héroes griegos se movían por sentimientos humanos, “plenos de eterna verdad humana, en una atmosfera de poderosa fantasía que lo convierte en todo un mundo, a la vez real y redimido de nuestra realidad”, tal como lo clavaba Carles Riba en su Resumen de literatura griega, publicado en 1937.
Mientras trabajaba en su propia novela Ulises, James Joyce comentó al contertulio Georges Borach, quien lo reprodujo en el London Magazine de noviembre de 1954: “El tema de mayor belleza, que más lo abarca todo, es la Odisea. Es más grande, más humano que Hamlet, Don Quijote, Dante o Fausto. El rejuvenecimiento de Fausto me produce un efecto desagradable. De Dante uno se cansa pronto, es como mirar al sol. Los rasgos más bellos y humanos se hallan en la Odisea. Yo tenía doce años cuando en la escuela tratamos la guerra de Troya, solo la Odisea me quedó en la memoria”.
El jonio Homero, si existió, tuvo que ser hacia el 750 aC. Tan solo conocemos a otro poeta griego más o menos contemporáneo de Homero, el Hesíodo de Los Trabajos y los días y la Teogonía, aunque sin el mismo aliento épico que Homero.
La primera obra en prosa debió esperar tres siglos, hasta el historiador y geógrafo griego Herodoto, a quien John Julius Norwich dedica frases elocuentes en su libro El Mediterráneo: un mar de encuentros y conflictos: “A pesar de haber sido escrito hacer 2.500 años, sigue siendo sorprendentemente legible, animado por sus incontables digresiones, anécdotas y fragmentos de curiosas informaciones recogidas a lo largo de los viajes del autor. Toda la obra desborda un irresistible sentido de la curiosidad, de la maravilla, de la aguda fascinación por la belleza y la diversidad del mundo que le rodea. Herodoto es rigurosa y ostensiblemente griego. Encarna el espíritu griego tan a fondo como los grandes dramaturgos [griegos] del siglo V, incluso el propio Homero”.
Tan solo 50 años después de Herodoto, el historiador griego Tucídides relató la guerra del Peloponeso, con el famoso, conmovedor discurso fúnebre que pone en boca Pericles a propósito de los soldados caídos para exaltar los valores que defendía Atenas: “Amamos la belleza sin lujos y amamos el saber con sinceridad. Nuestro sistema político se llama democracia porque no tiene como objetivo la administración de los intereses de unos pocos, sino de la mayoría”.
Pero de toda la literatura griega, la fascinación más poderosa sigue atribuida al desconocido, tal vez ciego poeta Homero:
Háblame, Musa, de aquel varón de gran ingenio que,
después de destruir la sagrada ciudad de Troya,
anduvo peregrinando larguísimo tiempo,
vio las poblaciones y conoció las costumbres…
Homero, Odisea (1, 1-10)
Háblame, Musa, de aquel varón de gran ingenio que,
después de destruir la sagrada ciudad de Troya,
anduvo peregrinando larguísimo tiempo,
vio las poblaciones y conoció las costumbres…
Homero, Odisea (1, 1-10)
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