La primera nota que anuncia el tema melódico del tango Niebla del Riachuelo es un Re menor grave, cavernoso y al mismo tiempo cristalino. Esa primera nota se me clava en el estómago, porque sé la belleza conmovedora que va a continuación. El tema fue escrito en 1937, en un momento de alta inspiración lírica, con música de Juan Carlos Cobián y letra de Enrique Cadícamo. Evoca un de los neblinosos arrabales portuarios de Buenos Aires, el Riachuelo. Actualmente se ha convertido en una visita típica, pero en el momento de componerlo era un lugar más incierto y apartado. La primera nota vibrante del tango que toma su nombre, lentamente alargada, evoca aquella niebla y parece casi la sirena de un barco en la tiniebla. Durante una reciente sobremesa lo interpretaron con unción Almut Welmann al bandoneón y Carlos Padula a la guitarra. Se me clavó en el estómago, conmovido. La definición de unción alude a la acción de ungir con alguna esencia a una persona o cosa para ennoblecerla o curarla. Por analogía, designa también la dulzura con que se
llega a dignificar un momento especialmente logrado, hasta aproximarlo al presentimiento de la perfección.
La segunda parte del tema cambia la tensión del registro y mediante la brillantez de la tonalidad mayor quiere evocar cómo se levanta la claridad del sol después de la niebla. La repetición final del estribillo remata este gran tango clásico, riquísimo en modulaciones de tono:
Nunca más volvió, nunca más la vi,
nunca mas su voz nombró mi nombre junto a mi,
esa misma voz que dijo “Adiós”.
Ya puestos en harina de las grandes melodías del género, también tocaron durante la sobremesa la rítmica “Milonga de mis amores” y otro gran clásico, el tango “Sur” de Aníbal Troilo:
Ya nunca alumbraré con las estrellas nuestra marcha sin querellas
por las noches de Pompeya. Las calles y las lunas suburbanas
y mi amor en tu ventana todo ha muerto, ya lo sé.
Son grandes momentos de la música en vivo y de cerca. Algunos los amamos igual que si se tratase del preludio de la Suite nro. 1 de Bach para cello o el coro final de la 9ena sinfonía de Beethoven, por poner dos ejemplos a vuelapluma. Sobre todo cuando los escuchamos tocados con unción.
llega a dignificar un momento especialmente logrado, hasta aproximarlo al presentimiento de la perfección.
La segunda parte del tema cambia la tensión del registro y mediante la brillantez de la tonalidad mayor quiere evocar cómo se levanta la claridad del sol después de la niebla. La repetición final del estribillo remata este gran tango clásico, riquísimo en modulaciones de tono:
Nunca más volvió, nunca más la vi,
nunca mas su voz nombró mi nombre junto a mi,
esa misma voz que dijo “Adiós”.
Ya puestos en harina de las grandes melodías del género, también tocaron durante la sobremesa la rítmica “Milonga de mis amores” y otro gran clásico, el tango “Sur” de Aníbal Troilo:
Ya nunca alumbraré con las estrellas nuestra marcha sin querellas
por las noches de Pompeya. Las calles y las lunas suburbanas
y mi amor en tu ventana todo ha muerto, ya lo sé.
Son grandes momentos de la música en vivo y de cerca. Algunos los amamos igual que si se tratase del preludio de la Suite nro. 1 de Bach para cello o el coro final de la 9ena sinfonía de Beethoven, por poner dos ejemplos a vuelapluma. Sobre todo cuando los escuchamos tocados con unción.
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