Descubrí años atrás la playa libre de Paulilles, oculta entre Banyuls y Port-Vendres, abrigada de tramontana por la mole del cabo Béar y festoneada por las viñas verdes hasta la orilla del mar, dentro de un paisaje táctil, ordenado y detallista. Una amiga del lugar me llevó. Experimenté una sensación viva y cruda, como los ostrones de roca que arrancábamos de un manotazo bajo el agua del acantilado, cuando sosteníamos una relación carnal con el territorio. Regreso con frecuencia, en verano y más aun fuera de temporada, para desentumecer las piernas y les competencias emocionales, ensanchar los pulmones, oxigenar la mirada, fortalecer el sistema inmunitario y comprobar cómo en invierno florece aquí antes que en ninguna
otra parte el romero violeta. Paulilles es un milagro. La bahía natural, naturalísima, consta de tres playas: la de Bernardí, la del Mig y la del Forat. En la playa de Bernardí opera en verano el restaurante O Sole Mio. La sobremesa en su terraza ofrece uno de los observatorios más afortunados del mundo sobre la condición de ciudadanos mediterráneos.
otra parte el romero violeta. Paulilles es un milagro. La bahía natural, naturalísima, consta de tres playas: la de Bernardí, la del Mig y la del Forat. En la playa de Bernardí opera en verano el restaurante O Sole Mio. La sobremesa en su terraza ofrece uno de los observatorios más afortunados del mundo sobre la condición de ciudadanos mediterráneos.
Supongo que todos tenemos una terraza preferida a la orilla de la playa, dentro de una modalidad de restaurante que aun ofrece magníficas pequeñas sorpresas a lo largo de litoral. Sin embargo salta a la vista que una terraza como la del restaurante O Sole Mio en una playa única como la de Paulilles solo podía ser iniciativa de alguna persona excepcional, osada y libre como el lugar.
Esa persona se llamaba Maryse Avallone, nacida Maryse Camps. Acaba de morir a los 67 años y hoy lunes la entierran en Port-Vendres. “Llevaba en ella todas las obras maestras de Molière, a la vez comediante y trágica a su manera, proyectándose con deleite sobre la comedia humana en medio de una compañía de amigos sólidos que la habrían seguido incluso hasta otro planeta. Estudiante hasta el final, por su forma de rehacer el mundo diariamente eternamente, tras su mostrador o bien en la terraza alrededor de alguna mesa, siempre con el cigarrillo mentolado no muy lejos de la mano, militaba a golpe de lecturas, de encuentros, de aperitivos, rodeada de gatos de todos los colores. Siempre en su mirada profunda llevaba el reflejo de esa Catalunya, de esa tierra catalana que amaba tanto y que defendía con sus palabras, su humor y también sus cicatrices” escribe el diario digital rosellonés Ouillade, que conoce como yo la rara belleza de las sobremesas vividas aquí.
El restaurante lo mantendrán en verano el hijo Aldo y su mujer Sonia, pero a partir de hoy la soledad de Paulilles el resto del año será más áspera todavía.
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