Pasé un tiempo en Río de Janeiro para escribir un libro sobre la ciudad. Lo escribí. No lo he publicado porque la estancia se me hizo corta. De vez en cuando hojeo el manuscrito durmiente. Josep Pla cuenta que Prosper Merimée visitó Córcega durante dos cortos meses en verano de 1839 y ambientó allí su narración Colomba: “Es un caso de comprensión fulminante, de intuición genial, que hará fruncir el ceño a las personas tiquismiquis. Ante un hecho así y dado el genio de Merimée, se podrá formular la paradoja de que Colomba habría ganado más aun si la estancia de su autor en la isla hubiese sido más corta” (Les illes, OC
vol. 15). Es muy posible que con estas palabras Pla se estuviera cachondeando del "genio" de Merinée. O tal vez no. Sabía lo que decía, él mismo es una prueba. El 21 de diciembre de 1956 zarpó de Barcelona con destino a Buenos Aires, el 31 arribó el puerto brasileño de Recife y el 3 de enero entró en la bahía de Río de Janeiro, de donde partió de nuevo al día siguiente hacia Montevideo.
vol. 15). Es muy posible que con estas palabras Pla se estuviera cachondeando del "genio" de Merinée. O tal vez no. Sabía lo que decía, él mismo es una prueba. El 21 de diciembre de 1956 zarpó de Barcelona con destino a Buenos Aires, el 31 arribó el puerto brasileño de Recife y el 3 de enero entró en la bahía de Río de Janeiro, de donde partió de nuevo al día siguiente hacia Montevideo.
Las escasas horas transcurridas no le impidieron escribir treinta pàginas magníficas sobre la ciudad carioca, incorporadas al volumen 18 de la OC, En mar. En cambio el novelista castellano Juan Valera vivió en Río de Janeiro de 1851 a 1853 y no dejó una sola pàgina apreciable, ni siquiera en su novela de ambiente carioca Genio y figura.
Ante mi manuscrito inconcluso, echo de menos la vitalidad de Rio. Debe ser sobre todo por espíritu de contradicción. Esa ciudad y yo mantenemos el candor de creer en algún futuro, sin ocultar la crudeza de la batalla desencadenada entre la alegría y su descrédito. La naturaleza ha sido muy generosa y a la vez muy cruel con Río de Janeiro, una de las ciudades más fascinantes y también de las más injustas que conozco, en uno de los países más extensos y desiguales del mundo.
Acabo de leer en el diario que los tres últimos gobernadores de la megalópolis de 12 millones de habitantes están encarcelados por corrupción. Los flamantes estadios de los Juegos Olímpicos del 2016 en Río recibieron más inversión que la educación, la salud y el transporte públicos.
La gloria de Copacabana conserva una poderoso magnetismo. No le vino dado solo por el clima, la geografía, la arena blanca de talco, les aguas azul turquesa y los cuerpos ebúrneos, también por el urbanismo innovador. Aquí la conquista de la playa no consistió en el reencuentro bucólico con un mundo primitivo de pescadores y marineros, sino una expansión urbana cargada de vocación de modernidad.
Aquel espíritu fue vivido por los cariocas en bañador, bronceados y orgullosos del culto al cuerpo en pleno centro urbano, a la sombra de los rascacielos y los morros o colinas de las favelas. El mestizaje ha favorecido una hibridación humana de resultados visibles, el clima ha permitido la desenvoltura vestimentaria, la tradición ha traído unas costumbres desinhibidas, la moda del fitness se ha sumado a la sensualidad de los trópicos y al eterno impulso de seducción.
Aquí a los gimnasios les llaman literalmente académias y un insigne compositor como Antônio Carlos Jobim era capaz de declarar con toda credibilidad: "Cambio cualquier sinfonía de Beethoven por una buena erección". La foto adjunta presenta la escultura tamaño natural en el Calçadao del poeta Carlos Drumond de Andrade, autor del poemario El amor natural, protagonizado por aquellos cuerpos ebúrneos.
Sigo echando de menos a Río de Janeiro, con sus tres últimos gobernadores en la cárcel. Remiro el manuscrito.
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