La 28 edición de los Juegos del Mediterráneo que se celebra el próximo junio en Tarragona y su comarca con 4.000 deportistas internacionales merece toda la suerte que hasta ahora no ha tenido, pero el comité organizador no puede cometer más errores evitables. Su presidente y alcalde de Tarragona, Josep Fèlix Ballesteros, escribía el pasado sábado en el diario La Vanguardia un artículo donde afirmaba: “Deben ser y serán los Juegos de Tarragona, los Juegos del pont de la mar blava [el puente del mar azul] que evocó el poeta”. No, señor Ballesteros, se equivoca y lo hace por incultura. El pont de la mar blava no lo evocó ningún
poeta. Es el título del excelente libro de viajes históricos tras el rastro de la expansión catalana mediterránea en la Edad Media, publicado en 1928 por Lluís Nicolau d’Olwer y reeditado denuevo el año pasado por la editorial Adesiara. Lluís Nicolau d’Olwer fue muchas cosas importantes, pero no poeta.
poeta. Es el título del excelente libro de viajes históricos tras el rastro de la expansión catalana mediterránea en la Edad Media, publicado en 1928 por Lluís Nicolau d’Olwer y reeditado denuevo el año pasado por la editorial Adesiara. Lluís Nicolau d’Olwer fue muchas cosas importantes, pero no poeta.
La convocatoria tarraconense de los Juegos del Mediterráneo ya sufrió el pasado año el ridículo de aplazarlos por falta de presupuesto. Estaban convocados para 2017 y se celebrarán en 2018. El mes de octubre pasado el comité organizador despidió a varios jefes de área para reducir costes.
El alcalde Ballesteros se las promete muy felices al decir que la cita internacional de Tarragona representará proporcionalmente para aquellas comarcas lo mismo que los Juegos Olímpicos de 1992 para el conjunto de Catalunya. Al margen del éxito de los Juegos del 92, Barcelona también conoce la mala experiencia de la Unión para el Mediterráneo, el organismo internacional con sede en la capital catalana que se ha demostrado irrelevante.
La propia Tarragona tiene otros retos candentes. La declaración de Tarraco como Patrimonio Mundial de la UNESCO el año 2000 no se ha traducido en el aumento esperado de visitantes, tal vez por la escasa y descoordinada visión estratégica de las instituciones públicas.
El Museo Nacional Arqueológico de Tarragona ya era obsoleto al ser construido por el Estado en 1874. También lo era en 1960, al trasladarse al actual edificio de la Plaza del Rey tarraconense, a pesar de la riqueza de las piezas y las funciones de estudio y divulgación que despliega. Su remodelación se aprobó y presupuestó en 2009. Todavía no ha comenzado.
El Gaudí Centre de Reus triplica en verano la cantidad de visitantes del Museo Nacional Arqueológico tarraconense. En cambio La ciudad francesa de Narbona ha encargado al arquitecto Norman Foster un nuevo Museo Romano que abrirá en 2019, con un presupuesto de construcción de 50 millones de euros. En la vecina Nimes, fundada igualmente por los romanos, el nuevo Museo de la Romanidad ha sido adjudicado a la arquitecta Elizabeth de Portzamparc y la inauguración fijada el 2 de junio próximo, con un presupuesto de construcción de 59 millones.
Hispania fue la provincia más romanizada del Imperio. La capitalidad provincial de Tarraco se tradujo en un conjunto monumental sin precedentes en todo el Mediterráneo, fuera de Italia: muralla, circo, anfiteatro, teatro, templo a César... El provecho que se ha extraído de ello modernamente es mínimo.
El otro reto candente de Tarragona es industrial. Los tres yacimientos petrolíferos submarinos de Tarragona proporcionan el 0,2% del consumo anual del conjunto de España, a pesar de la aparatosidad y los incidentes del enorme complejo petroquímico de la ciudad: 1.200 hectáreas de instalaciones, 10.000 puestos de trabajo directos, 25% de la producción química española y 50% de la catalana.
Se trata del mayor polígono petroquímico del sur de Europa. Algunos lo consideran una bomba de relojería, en la medida que un territorio de alta densidad urbana y turística concentra la mayoría de industrias de riesgo.
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