7 abr 2018

Las cosas tal como las baraja el río entre Sobrànigues y Colomers

Ayer fuimos a recorrer el pequeño universo del río Ter entre Sobràniques y Colomers. La etimología griega de la palabra kósmos no significa solamente universo, también orden y belleza (de ahí “cosmético”). Sobrànigues es un pequeño nucleo ampurdanés de 37 habitantes agregado al municipio de Sant Jordi Desvalls, cerca de Flaçà. La carretera secundaria cruza el pontón de Sobrànigues (en la foto), una pasarela de cemento construida el año 1985 pocos metros por encima del agua del río sobre el antiguo camino de carros. El lugar es un frasco de las esencias de la civilización de ribera, en el último tramo del Ter cuando penetra en el Empordà. El río queda más remansado en Sobrànigues gracias a la presa de Colomers, situada
a 7 km. Las regolfadas del agua somnolienta y cauta prescinden del rugido gutural. Aquí el viento las riza con un ímpetu apiadado.
Desde el trasvase de una parte de sus aguas hacia Barcelona, el Ter desemboca en Santa Coloma de Gramenet más que en la bocana de Torroella de Montgrí, frente a las islas Medes. A pesar de todo el caudal aun balancea, mortecino y atemperado, en los meandros de Bordils. En el llano del Baix Ter genera los campos cultivo, huertas y frutales que le caracterizan, así como los boques de ribera de álamos, chopos, sauces, olmos y fresnos que ayer recorrimos. 
El destino de nuestra caminata no era exactamente Sobrànigues ni Colomers. En realidad fuimos a detectar al azar el atractivo de las cosas del río tal como las baraja la vida, ya sea en la placidez confiada de algunos días como ayer o en las periódicos manotazos de crudeza tosca y turbia. 
Frente a los imprevistos de la naturaleza solo podemos decidir cómo los encajamos. Solo la dosis de belleza y armonía nos salva del caos. Solo la necesidad de entender nos lleva a intuir algunas verdades. Solo la memoria del amor nos permite amar. Solo la raíz moral nos lleva a sublevarnos ante la injusticia, la codicia, la corrosión. 
Los bosques, como es bien sabido, son una de las partes más abandonadas de nuestro entorno. Dos terceras partes de la superficie de Catalunya son bosque, aunque más del 80% de la madera que consume el país sea de importación. La gestión de los bosques es generalmente de escándalo. 
En su soledad sonora, pendiente aun de reverdecer, las copas de los árboles de ribera bailaban ayer entre Sobrànigues y Colomers una samba melódica, de elegancia cargada de benignidad frondosa y húmeda. Brindaban a lo largo de la orilla un grado de frescor turgente. El viento generaba un rumor ondulante que nuestra percepción avivaba. El émbolo del corazón bombeaba las fuerzas sin altibajos exagerados y la vida caía por un rato en una dulzura ingrávida, una placidez momentánea, una ternura comprensiva. 
Nos dejamos conmover. Una vez conmovidos, fuimos a comer al restaurante Xalet de Colomers un menú del día perfectamente conforme a lo que acabábamos de recorrer.

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