La empresa Alstom acaba de anunciar que fabricará en Santa Perpètua de Mogoda (Barcelona) 70 vagones de nueva generación para el metro de Singapur, viejo conocido mío. Una de las propuestas editoriales más inesperadas me llevó en 1990 a dar la “vuelta al mundo en metro” en compañía del fotógrafo Xavier Miserachs para el libro Metros i metròpolis, encargado por Transportes Municipales de Barcelona para describir la modernidad de este medio de transporte en varios continentes, concretamente en las ciudades de Berlín, Budapest, El Cairo, Caracas, Lille, Londres, Madrid,
México DF, Moscú, Nueva York, París, Singapur, Tokio, Vancouver y Washington, además de Barcelona.
México DF, Moscú, Nueva York, París, Singapur, Tokio, Vancouver y Washington, además de Barcelona.
El descubrimiento de Singapur a través de su metro de alta tecnología fue uno de los más reveladores. La pequeña ciudad-Estado asiática había sido históricamente un infecto enclave de piratas bajo dominio colonial británico hasta que la legalización del tráfico marítimo y financiero la convirtió en pujante paraíso fiscal. La escasa población de 2,5 millones de habitantes goza de la segunda renta per cápita del continente.
Son pocos y ricos, en una zona del mundo donde la situación suele ser la inversa. Pasaron en poco tiempo de las marismas insalubres a los rascacielos rutilantes. Eso permitió construir uno de los metros más modernos en el minúsculo país insular, un Manhattan ecuatorial de ojos almendrados, una Andorra asiática y marinera.
Xavier Miserachs y yo describimos, cada uno con sus herramientas, el descubrimiento reluciente, centelleante, del metro de Singapur. Sin embargo, como suele ocurrir, nuestros hallazgos de mayor impacto se quedaron en el tintero por un sentido asentado del fair-play o la autocensura.
El exagerado calor húmedo de la próspera ciudad-Estado castigada por lo monzones tropicales provoca que el grado exagerado de refrigeración sea considerado en todos los rincones, incluido el metro, como el auténtico lujo, el derecho sibarítico a pelarse de frío.
En segundo lugar, aunque la noción de buen gusto vigente en la vieja Europa no sea ninguna pauta de referencia obligada, el mal gusto asociado a la condición de nuevo rico despunta en Singapur con una fuerza singularísima. El día en que Miserachs y yo pedimos en el restaurante langosta (allí de precio muy accesible) la sirvieron a la mesa con una guirnalda titilante de lucecitas navideñas alrededor del caparazón. El hecho de que los ojos del crustáceo se encendieran y apagaran con pilas al servirlo en la mesa parecía a los demás comensales más lujoso y excitante que el gusto del marisco. El metro de Singapur, fabricado en Santa Perpètua de Mogoda, es como aquella langosta titilante.
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