Al alcanzar las tropas del general Franco la frontera francesa el viernes 10 de febrero de 1939, en la casilla aduanera del Coll dels Belitres entre Portbou y Cerbère se produjo un hecho excepcional. Se produjo un libro, escrito en caliente sobre aquellas horas precisas por un actor directo. Se titula ¡Hay Pirineos! y autor fue el escritor falangista Ernesto Giménez Caballero, el pequeño Gabrielle d'Annunzio español seducido por el fascismo italiano, incrustado en la IV Compañía de Navarra del general Camilo Alonso Vega. La obra apareció el mismo año 1939, con fotografías de los hechos, en la Editora Nacional de Madrid. Contiene pasajes antológicos, como el relato de la primera misa de campaña montada ante los atónitos gendarmes. El
fragmento de mayor genio literario llega al final, a raíz del encuentro con las francesas. Cuatro chicas subieron de Cerbère hasta el puesto fronterizo, junto al que operaba un chiringuito llamado Chez Mariana, un sumario bar. Algunos soldados de la unidad de Giménez Caballero invitaron a tres de ellas a tomar algo en el interior del local y le dejaron la cuarta.
-- Era una señora y una buena señora. Rubia, apretada de carnes, pintada al duco, con un gabán marrón muy ceñido y la falda muy corta. La cara era algo vulgar, como son muchas de las caras femeninas francesas cuando se les examina el pergamino de cerca, con técnica de palimpsesto. Me hizo una sonrisa emocionante.
-- Monsieur... No sé español à peine. Yo soy la mujer de un oficial del Ejército, aquí en el Pirineo...
Y al decirme esto se me acercó mucho, rozándome. Me miraba a los ojos sin pestañear. Me sonreía. Me llenaba de un perfume que sería de d'Orsay o de Coty, pero que me daba escalofríos.
-- Yo quisiera de usted unas medias de seda... Las hay muy buenas en Cataluña... Si me las trae mañana, le espero en el túnel, para que me las dé...
-- Señora, las medias que se las compre su marido. Y que él la espere en el túnel, si cabe... No olvide que en España esta guerra, si ha valido para algo, es para que los maridos compremos las medias sólo a nuestras mujeres...
Entré Chez Mariana. Tenían mis amigos sentadas en sus rodillas a las tres chicas.
-- Mucho gritar y combatir y sufrir y conquistar palmo a palmo esta frontera y ya habéis caído en las eternas redes de la dulce Francia --Chez Mariana--, de la seductora Francia, siempre invencible... ¡Paletos! ¡Memos!¡Así venció Francia a nuestro imperio antiguo! Una mujer francesa se introdujo en el lecho de Felipe III y desde entonces hasta el mismísimo Azaña, corrompido en París, no ha sabido hacer con los Pirineos, con Francia, más que eso que aquí pone: irse con ella a reposar. ¡Fuera de aquí! Perdonadme. pero esta guerra o significa una Revolución total contra todo lo de ese otro lado, o hemos perdido el tiempo y la sangre una vez más, como los peleles del destino... ¡No lo olvidéis! Desde hoy ¡hay Pirineos!".
El ardor de Giménez Caballero se vio recompensado con un empleo en la embajada española en Paraguay. Poco después encabezó la operación frustrada de casar a Pilar Primo de Rivera con Adolf Hitler. Sobrevivió a Franco y murió en 1988 en Madrid, a los 89 años.
fragmento de mayor genio literario llega al final, a raíz del encuentro con las francesas. Cuatro chicas subieron de Cerbère hasta el puesto fronterizo, junto al que operaba un chiringuito llamado Chez Mariana, un sumario bar. Algunos soldados de la unidad de Giménez Caballero invitaron a tres de ellas a tomar algo en el interior del local y le dejaron la cuarta.
-- Era una señora y una buena señora. Rubia, apretada de carnes, pintada al duco, con un gabán marrón muy ceñido y la falda muy corta. La cara era algo vulgar, como son muchas de las caras femeninas francesas cuando se les examina el pergamino de cerca, con técnica de palimpsesto. Me hizo una sonrisa emocionante.
-- Monsieur... No sé español à peine. Yo soy la mujer de un oficial del Ejército, aquí en el Pirineo...
Y al decirme esto se me acercó mucho, rozándome. Me miraba a los ojos sin pestañear. Me sonreía. Me llenaba de un perfume que sería de d'Orsay o de Coty, pero que me daba escalofríos.
-- Yo quisiera de usted unas medias de seda... Las hay muy buenas en Cataluña... Si me las trae mañana, le espero en el túnel, para que me las dé...
-- Señora, las medias que se las compre su marido. Y que él la espere en el túnel, si cabe... No olvide que en España esta guerra, si ha valido para algo, es para que los maridos compremos las medias sólo a nuestras mujeres...
Entré Chez Mariana. Tenían mis amigos sentadas en sus rodillas a las tres chicas.
-- Mucho gritar y combatir y sufrir y conquistar palmo a palmo esta frontera y ya habéis caído en las eternas redes de la dulce Francia --Chez Mariana--, de la seductora Francia, siempre invencible... ¡Paletos! ¡Memos!¡Así venció Francia a nuestro imperio antiguo! Una mujer francesa se introdujo en el lecho de Felipe III y desde entonces hasta el mismísimo Azaña, corrompido en París, no ha sabido hacer con los Pirineos, con Francia, más que eso que aquí pone: irse con ella a reposar. ¡Fuera de aquí! Perdonadme. pero esta guerra o significa una Revolución total contra todo lo de ese otro lado, o hemos perdido el tiempo y la sangre una vez más, como los peleles del destino... ¡No lo olvidéis! Desde hoy ¡hay Pirineos!".
El ardor de Giménez Caballero se vio recompensado con un empleo en la embajada española en Paraguay. Poco después encabezó la operación frustrada de casar a Pilar Primo de Rivera con Adolf Hitler. Sobrevivió a Franco y murió en 1988 en Madrid, a los 89 años.
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