Collsacabra es una comarca natural difícil de ceñir sobre el papel y fácil de hacerlo sobre el terreno, sobre todo cuando en esta época del año el clima comienza a amansarse. Se trata de un altiplano boscoso a caballo de Osona, la Garrotxa y la Selva. La población menguante y dispersa provoca que el principal municipio sea L’Esquirol, como antes lo era Rupit. Sin embargo L’Esquirol no es el mirador más afortunado de la comarca, tan solo su pequeño parnaso impuro. Aquí opera el Hostal Collsacabra, nuestro destino de ayer con el compañero Quim Curbet. El nombre de Collsacabra tiene una resonancia frondosa que Josep Pla acabó de rizar con la máxima elegancia al encargarle el rentista Rafael Puget la biografía
Un señor de Barcelona y subvencionarle repetidas estancias para mantener les conversaciones que dieron pie al libro, en la época vacante y mal pagada de los primeros años 1940. Se editó en el sello Destino en castellano en 1945 --el mismo año de la muerte de Rafael Puget-- y en catalán en 1966, posteriormente integrado al volumen 19 de la Obra Completa titulado Tres senyors.
La biografía de Rafael Puget tiene un interés relativo, en cambio las expansiones literarias de Josep Pla, colocado en Collsacabra con los gastos pagados, despuntan en párrafos como el siguiente: “A la llegada del otoño, entra Collsacabra en una agonía vegetal de visualidad maravillosa. Se produce como una combustión lenta de colores tostados, rojizos, arcillosos, morenos, que oscilan entre el vinagre espeso y el rubor de la mejilla, entre la mancha sanguinolenta y el desmayo de los ocres. Sobre este tránsito lento flotan los perezosos humos de otoño, que a veces se arrastran lentamente y otras entran en mayor detalle y se deshacen dentro la caligrafía arbórea en tenues levísimos”.
El cronista gerundense Narcís-Jordi Aragó dedicó el 22 de noviembre de 1993 una de sus columnas del diario El Punt al doble fondo de aquel libro de Pla: “En estos días de otoño, Collsacabra halla el punto dulce de su plenitud. Bajo la espesa cúpula de encinas, robles, castaños y hayas, releo el epílogo de Un señor de Barcelona. El libro, tan ligero y divertido, cambia de registro en las últimas páginas y se impregna de lirismo para describir la transformación del paisaje. La capacidad pictórica de Pla alcanza la cumbre en estas dos páginas, que deberían ser recitadas por Flotats sobre un fondo musical de Vivaldi”.
Ayer me lo volvió a parecer claramente. Collsacabra es un lugar poético en sentido literal, poético practicante, capaz de ofrecer emociones, esperanzas, dolores, intuiciones, hallazgos, el reflejo del combate sanguinario entre la verdad y la belleza, la arquitectura secreta del paso del tiempo, la aridez impersonal de los tedios comunes, el rictus sardónico de los ídolos humillados, las ondulaciones sobresaltadas de los sueños, el juicio impuro de la integridad, los pliegues sinuosos del orgullo, la sacudida íntima de las paradojas, el temblor de la franqueza y la crueldad desesperada de la muerte.
La mesa del Hostal Collsacabra, especialmente entre semana, rinde honores al entorno.
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