Mont-ras es un pueblo curiosísimo, independizado de Palafrugell en 1858, extremadamente discreto y feliz, casi secreto y con una abundancia luminosa de limoneros. A pesar de situarse en el interior, obtuvo una franja de la costa para que los mozos pudieran hacer el servicio militar en la Marina. Hoy suma 1.800 habitantes al lado de los 23.000 de Palafrugell, pero en su pequeño término concentra una industria multinacional (donde se fabrican cada año 2.500 toneladas de gomas de borrar Milan, desde 1918), una bodega ultramoderna de producción de vino, media docena de activos restaurantes, destacados chalets de arquitectos como Pepe Pratmarsó y Ricardo Bofill, un camping nudista y un prostíbulo de visibles dimensiones. En la masía
familiar Cal Mariner vive Martí Sabrià, quien dirige desde hace cuarenta años el Grupo Costa Brava Centre, cooperativa empresarial de servicios hoteleros a 450 establecimientos de la demarcación. En realidad Martí Sabrià dirige más cosas. La lista sería larga, pero ayer fui a visitarle en la condición de habitante de Mont-ras y gentleman-farmer de los limones de su casa, sobre los que afirma la leyenda que son capaces de sustituir la ginebra del gin-tonic. Martí Sabrià es una de las particularidades del curiosísimo municipio.
familiar Cal Mariner vive Martí Sabrià, quien dirige desde hace cuarenta años el Grupo Costa Brava Centre, cooperativa empresarial de servicios hoteleros a 450 establecimientos de la demarcación. En realidad Martí Sabrià dirige más cosas. La lista sería larga, pero ayer fui a visitarle en la condición de habitante de Mont-ras y gentleman-farmer de los limones de su casa, sobre los que afirma la leyenda que son capaces de sustituir la ginebra del gin-tonic. Martí Sabrià es una de las particularidades del curiosísimo municipio.
Me lo hizo recorrer de arriba a abajo, desde el olivar de Canyelles, siguiendo por la Font del Rei y acabando por las recónditas casas de autor. Acto seguido fuimos a comer a la orilla el mar en Llafranc. El nuevo restaurante La Blanca del hotel Llevant estaba cerrado por reformas y terminamos en la mesa del Nomo, en el faro de Sant Sebastià, que también guarda relación con las iniciativas de Martí Sabrià.
Nos sirvieron un majestuoso salmonete fresco de buen tamaño, marinado en crudo y entero (el establecimiento es de cocina japonesa). Estaba indiscutiblemente delicioso, aunque por alguna razón me pareció que entre un salmonete asado sobre una delicada brasa o bien marinado en crudo a la japonesa hay la misma diferencia que entre la inteligencia y la psicología animal.
La terraza del restaurante ofrece una sobremesa recogida y al mismo tiempo grandiosa sobre las anfractuosidades del cabo de Sant Sebastià. Después de mucho discutir llegamos a la conclusión que las cosas deben hacerse bien y que las cosas bien hechas son caras. Puede parecer una conclusión muy básica, esquemática y de mínimo común denominador, aunque quizás no lo fuese tanto en el contexto de la larga conversación.
A la salida del restaurante hicimos una reverencia sincera en el mirador panorámico que lleva el nombre del viejo amigo Joaquim Turró i Rosselló. Yo la repetí una segunda vez, discretamente, al pasar después de la bajada por el llano de Boet y el puente de Casaca. Este paisaje preciso inspiró algunos de los mejores párrafos de la literatura universal. Vean el famoso capítulo “El genius loci en mi situación personal y en mi obra literaria” –el título ya es todo un programa-, en la página 474 del volumen El meu país de la Obra Completa de Josep Pla.
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