Ayer fuimos a caminar por el delta del Ter frente a las islas Medes con Josep Lloret y Josep Capellà justo por el placer de pasarle la mirada por encima y no hallar ninguna objeción importante, tan solo aquel aleteo de la vida en sus formas más directas, impulsivas y con frecuencia inexpresables porque únicamente pueden alcanzar a ser transcritas por un chacona de Bach o un bolero ajustado a las contradicciones de los sentimientos. Digo esto porque la gola del Ter no es una geografía fija e inmutable. Al contrario, se trata de una desembocadura mutante, movediza. En primer lugar, las dos orillas, los dos labios de la gola, transforman continuamente su dibujo y situación, debido al embate
cambiante del viento y la arena, del curso de agua y las olas. En segundo lugar, la zona de dunas ha recibido los últimos años una inversión de 2,5 millones de euros (75% por parte del programa Life de la Unión Europea) para regenerarse y ahora luce de otro modo.
El peso flotante de la meteorología ofrecía ayer una luminosidad candente de tramontana, un deseo de estabilidad diáfano y a la vez voluble como la propia gola del Ter, una claridad abstraída, un instante depurado de la enorme complejidad de la naturaleza y sus habitantes. Invitaba a observar, respirar y vivir. Es exactamente lo que hicimos.
A lo largo de estos esteros abrió en 1960 el camping El Delfín Verde y el Hostal de la Gola, donde ayer acudimos a comer después del paseo. También abrió Radio Liberty, creada por la CIA para difundir hasta la URSS las virtudes del american way of life. Las descomunales antenas se desmontaron en 2006, una vez convencidos los destinatarios del mensaje.
En el Hostal de la Gola nos aguardaba el sustancioso arroz de los jueves. En la terraza resguardada del viento se comía al aire libre con plena comodidad (nunca valoraremos lo suficiente el confort climático del país). El establecimiento lo fundaron en 1962 Vicenç Xicars Vilanova y su mujer Antònia Giraups Poch. Ahora lo lleva el hijo.
Los deltas suelen ser unos paisajes muy particulares, con un deje de salvajismo antiguo. Este del Ter lleva mucho tiempo labrado. Abundan los arrozales y las plantaciones de manzanos de última tecnología. Las viejas hileras de cipreses que protegían los huertos de la tramontana con una verticalidad y una eficacia prusianas, subsisten casi como decoración. Una utilitaria y admirable decoración, bajo la mirada atenta del castillo del Montgrí y el secreto de las islas Medes.
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