En alguna ocasión me han llevado a la isla de Portlligat para un suntuoso desayuno de mochila a base de cebolla y anchoa (más algún paté francés y algún embutido ibérico), con coca de pan de la panadería de Àngel, una botella de vino y un cigarro habano. El cuerno de la abundancia brotaba de una pequeña mochila del amigo capaz de conducirnos hasta allí a remo a pesar de la tramontana y hacernos rodear toda la isla a pie antes de proceder al ágape, gracias un conocimiento del terreno terrestre y marítimo imbatible y a un paladar igualmente muy bien entrenado. Se trata de anfitriones, desayunos y escenarios que no se olvidan. La bahía de Portlligat debe el nombre a la isla de seis hectáreas que “liga” o cierra el pequeño puerto
natural. La isla es la clave de bóveda que hace posible la belleza resguardada de todo el paraje, su ingravidez ocluida, íntima, como aturdida.
natural. La isla es la clave de bóveda que hace posible la belleza resguardada de todo el paraje, su ingravidez ocluida, íntima, como aturdida.
En agosto de 1930, ya vinculado con Gala y expulsado por el padre de la casa familiar de la orilla d’Es Llaner, Dalí compró a Lídia Noguer Sabà la primera de las barracas de pescador de Portlligat. Después de la Guerra Civil decidió construir allí su residencia y taller, una vez retornado de Estados Unidos en 1948 con fama y dólares. Dalí y Gala eran los únicos residentes y deseaban seguir siéndolo.
La propiedad del pintor no se extendió a la isla de enfrente porque desde 1958 pertenecía al secretario de la Diputación de Barcelona, Luis Sentís Anfruns, bien relacionado con las autoridades del momento. No habría sido fácil comprarle la privilegiada posesión, que entonces usaba con su familia. En 1986 el alemán Edckart Schubel la compró por 70 millones de pesetas con intención de construir varias casas, tal como permitía la legislación urbanística hasta un 7% de la superficie global.
El ayuntamiento de Cadaqués suspendió en 1988 la licencia de obras mientras redactaba un nuevo plan especial de protección integral, al mismo tiempo que promovía la recompra por parte de la administración pública, formalizada en 1995 por la Diputación de Girona por un importe de 110 millones de pesetas.
Durante los veinte años de interregno, la casa de Sentís se convirtió en refugio de vacaciones de los llamados hippies. La Guardia Civil calculó que en verano concentraba a unos 200 squátters en acampada libre.
Emergió el protagonismo del “alcalde de la isla”, el squátter valenciano Joan López. Se ganó la simpatía de la gente haciendo de barquero durante cinco años. De junio a octubre, por una aportación voluntaria de un euro y veinte céntimos, a bordo de su barquita ayudó a atravesar el brazo de mar de escasa profundidad y unos cuarenta metros de largo que la separa de tierra firme. No precisaba remar, se limitaba a tirar de la cuerda amarrada a ambos extremos del corto trayecto.
En 1997 se demolieron todas las edificaciones subsistentes en la isla. Un helicóptero se llevó 1.200 metros cúbicos de escombros. Posteriormenrte algunos furtivos hemos conocido en esta isla desayunos de mochila inolvidables.
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