El autor de esta escultura metálica colocada en 2015 junto a la iglesia de Capmany tuvo una intuición fundamental. Se trata de un Monumento a los Donantes de Sangre que el artista local Joan Gardell Ventura quiso asociar a los granos del racimo de uva, por la tradición vinícola de la localidad ampurdanesa. En efecto, el vino nutre la sangre, hay una íntima relación. El vino constituye un milagro primigenio de la misma estatura que convertir el trigo en harina de pan o las olivas en aceite. Sin el vino no nos habríamos civilizado igual. Al convertir el hombre prehistórico una liana silvestre en cepa de viña y vinificar por fermentación el mosto o jugo de la uva, entendió que la tierra tiene una
sangre alegre, energética, redentora de las penas. Pasó a considerar el vino como un fluido vital igual que la sabia, el esperma, la leche o la sangre. Al mismo tiempo descubrió el sentido de culpa, la resaca, el remordimiento. Y también el comercio.
sangre alegre, energética, redentora de las penas. Pasó a considerar el vino como un fluido vital igual que la sabia, el esperma, la leche o la sangre. Al mismo tiempo descubrió el sentido de culpa, la resaca, el remordimiento. Y también el comercio.
El efecto embriagador del consumo del jugo de uva fermentado se asoció a los rituales y entró en la mitología, incluso como alegórica transubstanciación de la sangre de Cristo según la nueva secta de los cristianos. Al inicio de nuestra era, dos mil años atrás, la viña ya se había convertido en cultivo extensivo en muchos puntos de Europa, en particular el contorno mediterráneo.
La zona de la Hispania romana que luego se llamó Catalunya ya era un país cubierto de viñas. La excavación con motivo de las obras de la estación del tren AVE en el barrio barcelonés de La Sagrera de una extensa villa romana con bodega de once prensas de vino ha permitido documentar la especialidad de producir y exportar vino de la Barcino del siglo I, en colaboración con la fábrica de envases que era Betulo (Badalona), capaz comercializar 1.800 ánforas de 26 litros al mes.
Los rituales del vino no deben perderse. Pertenecen a la tradición pagana capaz de inducir una levitación natural, suavizar y consolar algunas cosas. Reflejan el oro viejo de una moral civil impregnada de belleza territorial. Premian la búsqueda del sabor íntimo de la tierra. El vino venga las maldades que la vida nos ha obligado a beber y nos arrastra a querer llevar algunos vinateros a hombros en una vuelta triunfal bajo lluvia de pétalos, odas de Píndaro e himnos de cítara.
La naturaleza a veces hace bien las cosas y las ofrece con una elegancia espontánea, en realidad muy trabajada. El vino es tan necesario como la sangre, esa fue la intuición fundamental del autor de la escultura de Capmany. (foto Josep M. Dacosta)
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