17 feb 2020

Dulce sobremesa en el cabo de Afrodita, ahora llamado cabo de Creus

En la punta del cabo de Creus hay un faro y una antiguo cuartel de carabineros convertido en restaurante con fabulosas vistas sobre el inacabable relato homérico del mar y las calas ribeteadas de olivos tocados por la gracia de los dioses. Ayer comimos ahí unos pescados recién salidos salidos del agua y retratamos el bodegón.
Por alguna razón discutible, la punta del cabo de Creus tiene fama de salvaje, áspera, iracunda, insumisa, violenta, primitiva, como un paisaje mártir. En realidad hace el mismo tiempo que en todas partes. Determinados días resultan incómodos, en cambio gozar como hicimos ayer de los momentos de bonanza al sol invernal en estas mesas resguardadas del viento me ha proporcionado los mediodías más dulces, indulgentes y radiantes. El vértice rocoso del cabo de
Creus constituye el extremo más oriental de Catalunya y de toda la Península Ibérica, el lugar preciso donde el Pirineo se zambulle en el Mediterráneo.
La leyenda griega explicaba que Hércules formó con grandes rocas la cordillera del Pirineo como gigantesco túmulo para enterrar a su amada princesa Pyrene. Lanzó al agua los pedruscos que le sobraron, los cuales configuraron el cabo de Creus, el cuerno de tierra que penetra diez kilómetros en el mar. La ciencia actual explica la orogénesis de la cordillera a través de la tectónica de placas, pero el resultado viene a ser el mismo.
El geógrafo romano Pomponio Mela escribió en su periple Chrorografía: “Si sigues la costa, cerca de Cervaria [Cerbère] hay una roca [el cabo de Creus] lanzada al mar por el Pyrenaeum” (II, 89-91). La ciencia actual explica la orogénesis de la cordillera a través de la tectónica de placas, aunque el resultado viene a ser el mismo.
No entiendo que la consideración internacional coloque en lo más alto de la lista de lugares atractivos otro cuerno ilustre del mapa europeo, los acantilados de Cornualles en el extremo suroeste de la isla de Inglaterra, gobernados por un clima atlántico horroroso y sin el consuelo de la tramontana que aquí deja unos cielos azulísimos y se lleva la humedad.
Los griegos lo llamaron cabo de Afrodita y los romanos cabo de Venus, por el templo que “el navegante divisaba como un faro”, según escribió Jaubert de Paçà en Recherches històriques et géographiques sur la montagne de Roses et le cap de Creus, editado en París el 1833. Ahora el templo no se ve, lo que no significa que no esté.
El actual faro del cabo de Afrodita Pirenaica, posteriormente llamado cabo de Creus, data de 1853, el cuartel de carabineros de 1914, la reconversión en restaurante y hostal de 1991. Si la sobremesa es propicia, me gusta entonar el aria de Puccini: “Recondita armonia di bellezze diverse”... Si no se presta, me acerco yo solo al acantilado y lo hago igualmente. Las personas soñadoras (nada que ver con soñolientas) no somos cursis, melifluas ni escenográficas. Simplemente mantenemos alguna ilusión.

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