11 sept 2020

Amo el silencio productivo de las bibliotecas

En las bibliotecas el silencio es un derecho, un acto de respeto y un estado de rendimiento de los usuarios que descubrimos algo y disfrutamos con ello. No es un silencio místico, misantrópico ni autista, tampoco absoluto ni puntilloso, sino una forma de equilibrio productivo. A veces el silencio representa la actitud más expresiva y generosa de todas. Por el contrario meter bulla se ha convertido en una patología social. Los adictos al decibelio vocinglero sienten miedo cerval al silencio como encarnación del vacío, su propio vacío. Yo les invitaría  a pasar unas horas en las majestuosas naves góticas de la Biblioteca de Cataluña (premio FAD 1994 de rehabilitación) o en cualquiera de las modernas bibliotecas públicas de la red catalana (4 millones
de usuarios inscritos, 25 millones de visitas anuales) para que comprobaran la amenidad del silencio.
Padezco de hiperacusia (exceso de sensibilidad al ruido) y la reverberación de las voces altisonantes me percute los tímpanos. No solo por eso, aunque también por eso, amo el lujo utópico y productivo de las bibliotecas y aquel verso del poema “Pertenencias”, de Mario Benedetti, que dice: “Tan tuyo como tu habla es tu silencio”.
Empecé a utilizar la Biblioteca de Catalunya como sala de estudio durante los últimos cursos de bachillerato. No solo sigo siendo usuario frecuente, sino un ciudadanos a quien la institución colma de orgullo cada vez que entro, así como de indignación por el trato presupuestario que recibe del gobierno de la Generalitat. Debería de ser la niña de los ojos de un país satisfecho de sus activas instituciones centenarias, pero la han recortado del cincuenta por ciento.
Los cinco consellers de Cultura que se han sucedido alegremente durante los últimos cinco años prometieron todos que intentarían enderezar el míser o presupusto de la conselleria del 1,1% actual al 2% del presupuest o global de la Generalitat. Ningino lo ha conseguido. Aquí no vale el silencio.

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