Igual que la viña, el aceite es otra sangre caliente de la tierra y a menudo un cultivo ha cohabitado con el otro a codazos. Ayer recorrí el olivar que llega hasta la orilla del mar en la cala del Jonquet de Cadaqués, guidado por Joan Torres, la persona que lo cuiuda desde largos años atrás. Estos olivares compensan el defecto de no oler, de no exhalar la cálida aroma de resina de los pinares, con otro fenómeno más fino todavía. Algunos días el rizo del viento gira las pequeñas hojas en punta de lanza (lanceoladas) de los olivos, el remolino del aire da la vuelta al anverso de un tono verde oscuro luciente y al reverso gris plateado con un espejeo prodigioso y arcaico, un centelleo de acentos sutiles, un timbre
sonoro casi belcantista y un melodismo como los mejores pianissimi de la Caballé. El efecto resulta de una claridad soñada, con la evanescencia inherente a los sueños. Las personas anhelantes conseguimos en esos momentos no desear nada, inmersos en el baño de plata de los olivos.
sonoro casi belcantista y un melodismo como los mejores pianissimi de la Caballé. El efecto resulta de una claridad soñada, con la evanescencia inherente a los sueños. Las personas anhelantes conseguimos en esos momentos no desear nada, inmersos en el baño de plata de los olivos.
La gloria del olivo se produce todo el año, puesto que se trata de un árbol de hoja perenne. En los olivares silenciosos encuentro más paz que en un lago suizo. A su sombra puedo sentarme a escuchar el rumor del pensamiento y cavilar hasta la hora de cenar. No hay peor desgracia que ser insensible, y aun no sabemos por qué las personas vivimos menos que los olivos.
Mientras recorría lentamente el olivar del Jonquet me vino a los labios – nunca sabré por qué— una canción de Nicola di Bari: Che colpa ne ho si el cuore è uno zingaro e va,
catene non ha, il cuore è un zingaro e va.
Finché troverà il prato più verde che c’è,
raccoglierà le estelle su di se e si fermerà, chissà…
El aparato perceptivo y la cosciencia no pasan solo por el cerebro, aunque a los viejos racionalistas eso nos sorprenda al subirnos a los labios el ritornello de una canción italiana en un olivar ordenado y silencioso, vivido por un rato como “il prato più verde che c’è”. (foto Josep M. Dacosta)
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